De Muhammad Ali a Fedor Emelianenko: saber cuándo retirarse


El maestro de las artes marciales mixtas perdió otra vez.
“Aquel que no cae, jamás se levanta. Ocurrió que la gente hizo de mí un ídolo, pero todos pierden. Yo solo soy un ser humano. Y si Dios quiere, ganaré en la siguiente pelea”, dijo Fedor Emelianenko, el más grande luchador de artes marciales mixtas de todos los tiempos, después de su primera derrota el 26 de junio de 2010 (hasta ese entonces y desde el año 2000, llevaba acumulados 33 combates invictos). 

La verdad, no creo que Fedor ni nadie pueda pensar que Dios interviene en los duelos del ‘vale todo’. Simplemente, fue una frase con la que él quiso resumir humildad y una sabia resignación frente a la vida, la cual poco a poco va quitándonos facultades vitales hasta hacernos desaparecer. A pesar de aquella aparente serenidad, en su siguiente contienda del 12 de febrero del presente año, el luchador ruso volvió a perder. “Tal vez ya es tiempo de retirarme”, comentó el púgil de 34 años, consciente de que el pedazo de carne que le pusieron enfrente para pelear hubiera sido fácilmente reducible a su mínima expresión en otras épocas.




El nuevo traspié de Emelianenko, aparte de responder a cuestiones físicas, se debe a que toda contienda siempre se impregna de fuertes factores psicológicos, uno de los cuales tiene que ver con la supuesta imbatibilidad o no del contrincante que se tiene delante. Una vez que un luchador, equipo o ejército encumbrado en el Olimpo cae por primera vez, se hace más fácil que vuelva a hacerlo y hasta en situaciones inverosímiles. Y, para esta reciente pelea, Fedor estaba bajo la sombra de ya haber sucumbido por primera vez, e inocentemente, bajo una llave muy básica (el ‘triangle chocke’) aplicada por Fabricio Werdum. Fedor lo tenía presente… y su gigantesco oponente de turno, Antonio Silva, también.

Fedor, para quienes no lo conocen, bajo ese aspecto de rudeza, nariz desfigurada a lo 'Javier Bardem' y cicatrices en el rostro, tiene un lado humano interesante: siempre ha evitado las poses estilo ‘pavo real’ y las humillaciones contra el rival. Austeridad total, modestia y una mirada más propia del retrato de un santo impartiendo una bendición son marcas registradas del estilo 'Emelianenko'. Y si se llegara a retirar ahora, habría puesto un broche de oro a su ya legendaria carrera; además de demostrar que su inteligencia abarca otros campos, aparte del de la sumisión física de oponentes.

El lado oscuro del ying yang

"Floto como una mariposa y pico como una abeja".
El lenguaje, reflejo de nuestras glorias y taras como sociedad, relaciona lo negro con lo malo, y lo blanco con lo bueno. Y en Occidente, lo bueno y lo malo no son opuestos relativos y complementarios sino opuestos a secas. Bajo estas premisas tan radicales, en las antípodas de Fedor Emelianenko se encontraría Muhammad Ali, el más grande boxeador de todos los tiempos.

A diferencia de Fedor, Ali era arrogante, humillaba a sus rivales antes y después de las peleas, se retrataba cargando millones de dólares y jactaba de su belleza física. Cuando optó por primera vez al título de los pesos pesados y nadie daba un céntimo por él, se mofó a través de todos los medios posibles de la ‘fealdad’ de su rival. Ali decía que el campeón de los pesos pesados debía ser una persona tan guapa como él y no alguien tan feo como Sonny Liston. Y lo mismo hacía con cada rival antes de enfrentarlo, debilitándolo psicológicamente a través de sus famosas rimas (poseía especial talento con ellas). Gracias a esto, logró concitar hacia el boxeo una atención mediática que nunca antes había tenido. Se puede decir que Ali era un gran publicista, lo cual multiplicó sus ingresos económicos como los de este deporte en general.

¿Pero es acaso mejor Emelianenko por eso? Yo no creo. Debido a sus innatas habilidades con el márketing, Ali se convirtió en un ídolo de masas global que llegó a disputar títulos mundiales en África y Asia; algo que ahora es normal en las luchas de primer nivel, pero que en ese entonces era totalmente novedoso. Y así como Emelianenko nunca se ha pronunciado políticamente, Ali era un electrizante activista político en los años 60 y 70 que luchaba a favor de los derechos de los negros en Estados Unidos; además de enfrentarse directamente al sistema, por lo cual el Gobierno estadounidense le arrebató la corona de los pesos pesados que recién pudo recuperar años después, cuando por fin hubo consenso en su país con respecto a que la Guerra de Vietnam había sido una locura (él siempre la rechazó y no quiso enlistarse para no "asesinar a sus hermanos asiáticos que luchan por liberarse").

En lo que sí perdió Ali fue en que, por ese mismo narcisismo que logró encausar bien para exigirse hasta el límite como atleta y, a la vez, promocionarse, nunca supo cuándo retirarse. En aquella pelea contra Larry Holmes le entraron golpes que nunca salieron. ¿Cómo alguien que había demostrado ser tan genial dentro como fuera del ring puso en riesgo de esa manera su salud? Supongo que, en su situación (y en la de cualquiera), no debe haber sido fácil saberse 'The Greatest'.

Para la mayoría de todos nosotros es muy difícil reconocer que "ya no", que el tiempo ha pasado y otros vendrán. Y para el caso de Emelianenko, él ahora cuenta con muchas experiencias ajenas y previas que podrían permitirle retirarse en mejores términos que Ali, y sin que su reputación de leyenda sufra en lo más mínimo. Tanto es así que, después de haber sido samaqueado como un costal de patatas en su última pelea, Ali seguía siendo considerado el más grande de todos los tiempos.

Felizmente, Emelianenko declaró luego de su primera derrota algo que a Ali le costó mucho darse cuenta. Y esperemos que Emelianenko pase del dicho al hecho, porque 'The Greatest' tuvo que padecer el párkinson para recién comprenderlo: “Yo sé por qué Dios ha permitido que me pase esto… para demostrarme que solo soy un ser humano”.


Black Francis II (Barcelona, 28 de febrero de 2011).

Maestro, creo que usted se ha equivocado

A Mario Vargas Llosa no le gusta Wikileaks.

Escribo “creo” por la profunda admiración que tengo hacia Mario Vargas Llosa, a quien, parafraseando a Juan el Bautista, “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Así de intenso es mi fanatismo hacia el escribidor. Y, por eso mismo, a pesar de que sé que él se ha equivocado opinando sobre los Wikileaks, me pongo de rodillas como una 'groupie' y titulo “creo”.

Vamos, ya sé que no pasaré a refutar la Teoría Cuántica, pero igual tenía que leer en algún lado una objeción sobre su posición en este tema (aunque sea escrita por mí, no importa). Digo esto porque es un tema de actualidad, por la trascendencia del columnista y los conceptos con que él ha tejido sus argumentos.

A pesar de que devoro noticias y opiniones sobre mi país, tanto en la prensa peruana como en las redes sociales, soy consciente de que algo se me debe escapar de vez en cuando. Y supongo que eso me ha pasado con las réplicas al artículo de opinión Lo privado y lo público, aparecido en su columna Piedra de Toque, del diario El País el 16 de enero de 2011.

Si no es así, será que aún estaba muy fresca en la retina de mis compatriotas su reciente consecución del premio Nobel, lo que les hizo atenuar y olvidar aquel desliz. Y también colijo que, cuando el tema o ‘trending topic’ de los Wikileaks estaba en su mayor auge, el autor de Conversación en la Catedral estaba muy ocupado atendiendo a la prensa y, a la vez, redactando el discurso que pronunciaría en Estocolmo, situaciones que deben haber abultado aun más su ya recargada agenda.

Y dice así...
Según Vargas Llosa, Fernando Savater lo convenció. Es más, “ruega encarecidamente” que leamos la columna que el escritor español publicó en la revista Tiempo el 23 de diciembre de 2010. Y pues sí, en ese artículo, Savater es lapidario. Efectivo como él solo… pero a menos que no se hayan leído algunos Wikileaks y solo se recuerden los titulares de la prensa, claro está. A todo esto, también es obvio que, entre los cientos de miles de cables, cada uno de ellos no puede ser un secreto de Estado ni una “gran” revelación. Eso, por simple estadística. 

Savater afirma que este asunto es como ver cagar por la cerradura del baño a una persona; sabiendo que todo el mundo caga igual. Y se mofa diciendo que todos los cables contienen obviedades del tipo “Zapatero no sabe manejar la economía española”, lo cual es muy gracioso, pero… ¿Acaso tengo que tomarme el trabajo de escribir acá la lista de Wikileaks que demuestran que Savater miente al decir que todos los cables son una tontería?

Filósofo y escritor Fernando Savater.
Solo mencionaré uno muy suave: aquel de la Embajada de Estados Unidos en España, donde prácticamente se “quejan” de la incorruptibilidad de los jueces españoles. Que no son influenciables… ¿Es necesario defender la importancia de un cable como este? Si es que ese simple cable no ha bastado para hacer explotar todo en mil pedazos, es porque casi nadie ha leído sobre el tema y, cuando sí, pues porque la mayoría parecemos estar anestesiados en aquello de pasar de la indignación a la acción. Y para hacer más cargamontón contra Savater: ¿El vídeo donde aparecen soldados estadounidenses asesinando desde un helicóptero a civiles iraquíes más a un reportero gráfico… también le parecerá una cojudez? A ver, que se haga un chistecito con eso también, pues.

Luego, Savater compara el derecho a la confidencialidad de una reunión editorial con el derecho a la confidencialidad de la Embajada de Estados Unidos para con su país. Comparación sagaz por parte de Savater, pero cualquier periodista, hasta el más cobarde y desinformado, sabe que si en una redacción de un periódico se escucha al director ordenando un titular diciendo que lo obligan o es un compromiso económico, pues ello trasciende lo privado (o lo confidencial). ¿Tanto le cuesta a Savater distinguir eso?

Por último, Savater afirma que la opinión es confidencial. Y hay que darle la razón, claro, pero mientras no se trate del embajador de Estados Unidos quejándose de la incorruptibilidad de los jueces locales. Según él, confundir el derecho de transparencia con el de gestión es parte de la actual imbecilización social. ¡Ajá! Pues ahora quiero yo ejercer mi derecho a la confidencialidad de mi opinión sobre este último razonamiento de Savater.

Regresando a la Piedra de Toque
Luego del ‘hipervínculo’ propuesto por Vargas Llosa en su columna y regresando a ella, él afirma que Savater “comprueba” que en los Wikileaks prácticamente no hay revelaciones importantes, para de ahí calificarlos de chismografía frivolona, y cebándose mientras cita a Savater con aquello de que el entronizado “derecho a saberlo todo” es parte de la “actual imbecilización social”. ¿Hace falta tomarse la molestia de contradecir esto una vez más? No, pues eso es seguir con el tema Savater, que ya hemos abordado anteriormente.

Vargas Llosa reconoce que el avance tecnológico de los medios de comunicación logra en algo frenar a los regímenes autoritarios, pero, cuando se refiere a Internet, se escandaliza con que los internautas quieran “saberlo y publicarlo todo”. Y sin dar mayores detalles, pasa a lo conceptualmente más interesante de su artículo: que la abolición de lo público y de lo privado podría socavar los “cimientos de la democracia” y provocar un “rudo golpe a la civilización”.

El rapto de las sabinas, de Jaques Louis David.
Así de fuerte: ¡Podemos quedarnos sin democracia y poner en jaque a la civilización! Y no solo eso, pues este exhibicionismo informativo podría ser aprovechado por “fuerzas autoritarias” para paralizar instituciones. Cuando Vargas Llosa se refiere a “medios de comunicación”, tiene como referentes a la TV, la radio… cosas con las que él nació o creció. Es más, mientras redactaba su columna, aún Oriente Medio no se sacudía gracias a los ‘tweets’ y ‘posts’ activistas. 

Pero vamos a lo interesante: Vargas Llosa es un hombre de retos y de mucho ‘background’ teórico. Y al hablar de lo “público y lo privado” está refiriéndose al derecho romano, donde por primera vez se empezó a debatir en el seno de una ciudadanía consciente de sí misma, qué era privado y qué público en los límites de una ciudad. Y no por algo habla de un “rudo golpe a la civilización” que, como sabemos, tiene su paradigma en Occidente con el Imperio Romano, a su vez fuertemente influido por la cultura helénica. ¡Todo esto puede venirse abajo!

Me pregunto: ¿Qué instituciones y qué sistemas son los que tanto teme que caigan? ¿Qué democracia hay que cuidar? ¿Cuáles son los cimientos que según él deben mantenerse? ¿Los que intenta hacer y deshacer a su antojo el Gobierno estadounidense a través de sus embajadas (en el mejor de los casos, porque ya sabemos de qué otras prácticas hace gala el imperio)?

A fin de cuentas, cabe precisar lo obvio: que lo público y lo privado empezó a gestarse conceptualmente en territorios físicos hace más de dos mil años: la calle, las murallas de la ciudad, las paredes de la casa… ¡Cuando no había ciberespacio! Y no solo eso, en muchos casos prácticos del derecho actual, resulta muy difícil discernir entre ambos planos. 

Desde la aparición de la imprenta y, consecuentemente, de la fotografía y de los medios de comunicación, han cambiado estos conceptos constantemente, adecuándose, reinventándose… Y modelando nuestras nociones “naturales” sobre lo público y lo privado, que en realidad son invenciones hechas a la medida de nuestras nuevas realidades.

Familia estadounidense de los años 60.
Sociólogos, filósofos, abogados, periodistas… son muchos quienes han reflexionado sobre ello, pero aún así hay gente del común que piensa que sus valores son producto de su personalidad y no de la cultura que les ha sido impuesta. Falta de información o de instrucción en esas personas. Y en Vargas Llosa, de las personas más informadas e instruidas, supongo que falta de tiempo para reflexionar sobre el tema, más su irrefrenable vocación a llevar la contraria (así son los genios, aunque como seres humanos, nunca infalibles).

Finalmente, desinformado y seducido por lo que leyó de Savater, Vargas Llosa trae a colación que vivimos en una civilización del espectáculo, donde el periodismo (y la cultura) simplemente “entretienen”, comparando a Wikileaks con un ‘talk show’ y calificando a Julian Assange como “la Oprah Winfrey de la información”. Además, se contradice, porque si fuera cierto que los Wikileaks son solo chismografía, ¿cómo es que podrían surgir guerras sanguinarias “porque nuestros privilegiados contemporáneos se aburren y necesitan diversiones fuertes” (como Wikileaks)?

Oprah recibiendo al matrimonio Obama.
Un poco de buena frivolidad no hace daño
Hace unos días, un Wikileak reveló en mi país que un “paladín de la democracia” peruana, el periodista y ex ministro Fernando Rospigliosi, se acercó a la Embajada de Estados Unidos para pedir ayuda y ‘bajarse’ al candidato presidencial Ollanta Humala en 2006. Humala es también ahora candidato. Y el que fuera presidente y ex jefe de Rospigliosi en ese entonces compite ahora contra Toledo por la presidencia. ¿Chismografía? ¡Qué a salvo se encuentra Vargas Llosa de la verdadera chismografía! Al parecer, no saber nada de chismografía no es un mérito.

Con todo, cabe resaltar que Vargas Llosa acierta en su columna en dos cosas:
1. Advirtiendo que los Wikileaks pueden terminar generando el efecto contrario: restricciones a la libre expresión y la crítica en las sociedades abiertas, so pretexto de guardar la confidencialidad necesaria en todo Estado.
2. Restándole protagonismo a Julian Assange, "pues tarde o temprano nuestro tiempo lo hubiera creado”.

Eso sí, en todo lo demás, maestro, creo que usted se ha equivocado.

Francisco Estrada (Barcelona, 21 de febrero de 2011)

"Tap experience": una experiencia... olfativa



Ya sea por mi escasa cultura con el videoarte o porque, quién sabe, he tenido suerte con todo lo que he visto hasta ahora, no sabía cómo era un ‘vídeo hortera’. No me refiero a los que pertenecen al género de los videoclips, donde esta característica es la regla, una cuasi esencia, sino a los que tienen como único norte las pretensiones artísticas; es decir, aquellos que aspiran a formar parte de una puesta en escena alternativa, colección museística o todo lo contrario, lo que también los ennoblece.

Y la Epifanía ocurrió: esa estética 'Billabong' (no sé si lo he escrito bien, pero esa era la palabra que me taladraba el inconsciente mientras veía aquella abominable combinación de colores, planos y efectos que se sucedían en la pantalla del teatro SAT!, de Barcelona) auguraba lo peor.


Ingenuamente, creí que los absurdos gestos que, en medio de la penumbra, percibía de la bailarina francesa Roxane Butterfly iban a ser los causantes de mis peores muecas este domingo. Todo ello porque la gestualidad de Butterfly me hacía recordar, inevitablemente, a aquellas incursiones realizadas por los principiantes en el mundo de la danza moderna, en los que la inexperiencia del bailarín o una mala dirección generan rostros ‘compungidos’ o dizque ‘misteriosos’; algo que resulta poco convincente en un género que suele privilegiar la ausencia de gestos y, cuando no es así, aquella técnica ‘stanislavskiana’ de recordar emociones ya vividas para vomitarlas en escena, con el consecuente desgaste psicológico del performer. Digo esto basado en experiencias propias, cercanas y tras ver varios documentales sobre el tema.

¿Y por qué se suele llevar a los bailarines a la Siberia actoral? Porque es un atajo, supongo. Que ya tienen la vida muy complicada tratando de ser bailarines de verdad como para, encima, hacerse actores. No niego que en la danza se utilicen otras técnicas o que existan actores que bailen muy bien y viceversa, pero los bailarines de verdad, quienes se mueven en la primera división, cuando me han puesto la piel de gallina interpretando más allá del movimiento, apostaría lo que sea a que, al momento de recrear una situación de pánico, realmente están muriéndose de miedo en escena. Sí, una situación terrible y cruel como la de los toros; sin poder yo negar que a veces hay belleza en medio de la carnicería.


¿Broadway?
Y siguiendo con Butterfly (la “John Coltrane de la danza” según una periodista del New York Times), pues nada de nada. Ella, que cultiva un género cuya tradición es el mero entretenimiento, el ‘Broadway style’ (y a mucha honra para quien se dedique a ello), estaba intentando quebrar esa barrera del mero entretenimiento y hacer algo así como… ¿danza moderna?, ¿arte?, ¿impresionismo? Ella, en realidad, lo único que estaba quebrando eran los ligamentos de mi rostro y de mi acompañante en el teatro.

Al final de la obra, la misma Roxane explicó el por qué de tanta calamidad: “Aquí, todos somos de todas partes y, cuando nos juntamos, no sabemos qué hacemos ni tampoco queremos saberlo (sic)”. Tampoco quiero negar que la entropía no racionalizada y el caos de la improvisación en manos de ejecutantes técnicamente bien dotados puedan generar situaciones maravillosas, pero en este caso, el engendro o “arroz con mango”, como se dice en mi pueblo, explicaban a la perfección un teatro SAT! casi vacío; lo cual nunca había visto en Barcelona, y que no creo sea producto de la famosa crisis.

¿Pero qué puede ser peor que una bailarina de tap tratando de romper las barreras del entretenimiento y terminando atrapada en medio de esas vallas sin lograr “entretener” ni generar “experiencias estéticas” (por usar un concepto entendible y opuesto al del “show business”)? Pues el olor a sobaco. ¡Sí! Sé que puede parecer inapropiado hablar de sobacos, pero debo aclarar que ese olor no provenía del público (inclusive, por si acaso, me olí las axilas disimuladamente para descartar que yo era el tío más rudo del teatro).

Aparte de que Butterfly y el músico camerunés Xumo Nunjo hayan creído que la pericia técnica con sus respectivas disciplinas les daba carta blanca para hacer vídeos que al final salían horteras y que, además, podían hacer danza contemporánea (o qué sé yo), también se les había olvidado el uso del desodorante que, así como evitar tirarse pedos, son reglas mínimas de… ¿una puesta en escena?, ¿de higiene?, ¿de educación? De un momento a otro, el juego en el SAT! era saber de quién era el sobaco. 



Algunos le echamos la culpa a Nunjo por prejuicios bien fundados que, como en mi caso, tenemos contra el género masculino… Y, al parecer, no nos equivocamos, pues tanto yo como mi acompañante y la viejita de al lado, comprobamos que, cuando Nunjo no estaba en escena, otra vez podíamos respirar sin taparnos la nariz con el jersey.

Igual, con mi amiga tuvimos que subir por las graderías para dejar abajo las primeras filas y no seguir percibiendo con tanta intensidad ese terrible olor con el que algunos machos marcan territorio (por lo menos, a mí me lo dejan claro y me alejo). Nunjo: que a mí también me huele el alacrán… ¡Pero por eso mismo uso desodorante!



Un poco de aire fresco
En la segunda parte de la obra, Nunjo ya no bailó y se quedó quieto tocando sus instrumentos (que lo hace muy bien), así que sudó y olió menos (para el alivio de los mártires que aún seguíamos en el teatro). Con menos pretensiones rompedoras, y en medio de notables músicos de jazz, Butterfly pudo ofrecer un espectáculo mucho más “orgánico” y agradable.

Sin embargo, cuando se percibía una especie de duelo con los demás músicos, ella terminaba irremediablemente perdiendo, pues parece que Butterfly asume que, al ser sus pies un instrumento percusivo, estos tienen que estar sonando todo el rato porque sino ‘ya no existen’. Craso error, pues los silencios, la intensidad de sus golpes y una que otra arrastradita de sus ‘tap shoes’ por el suelo, podrían haber sido suficientes para agregar mayores matices a la metralleta con que la naturaleza ha dotado a sus pies.

Mención aparte merece el vestiario, perdón, vestuario que usó Butterfly: pañoleta azul, camiseta de ¿jean? con ¿motivos? y unos pantalones “extrabotacampana”, efecto logrado por unos encajes o bordados que, supongo, eran las alas de la “Butterfly”. No suelo hablar del mal gusto de la gente a la hora de vestirse (basta con que se fijen en mí para saber que es algo en lo que no suelo reparar), pero el vestuario de la Butterfly era, simplemente, el ideal para parodiar a una vieja hippie que aún se marihuanea escuchando a grupos pasados de moda.

No sé quién es el bailarín que, en medio de la obra, apareció en escena para hacer una pequeña sesión de tap, pero fue realmente refrescante apreciar a un ejecutante que no tenía sobre sus hombros el peso de “prodigio” o “John Coltrane” sino la simple intención de bailar. Y muy bien. Lamentablemente, él no cerró el espectáculo y una muy estresada Butterfly culminó la función, lo que me dejó con un dolor en el cuello terrible. 



No le pedí a mi amiga unos masajes, porque aún no hay mucha confianza con ella, pero sí la invité a cenar para quitarle un poco la ‘sensación sobaco’. Ella estaba muy molesta con Nunjo. Yo ‘apenas’ estaba a-no-na-da-do. Cuando salimos del SAT!, el magnífico bailarín de tap que sirvió como bálsamo desestresante estaba ahora en la puerta del teatro vendiendo en una mesita los DVD o CD del espectáculo. Lo felicité de todo corazón, y salimos con mi amiga a respirar el aire puro de la Rambla de l’Onze de Setembre.

Se puede decir que el balance de la noche fue positivo gracias al buen rollo de mi amiga (oye, gracias por aguantar aquella tortura). Y a que, una vez me quedé solo, comprobé que caminar de noche guiado por los faroles de la Diagonal viendo ocasionalmente vídeos de Joy División en el móvil es de lo mejor que puedes hacer en una noche de invierno y de manoseantes vientos helados.

Francisco Estrada (Barcelona. Lunes, 14 de febrero de 2011)