¡PPK es peruanaaazo!

Así se ganan votos en el Perú (foto izquierda: Correo).
El ‘vivo’, hablando en argot peruano, es un ganador. En Iberoamérica, tiene sus equivalentes denotativos en adjetivos como ‘pícaro’ o ‘listillo’, aunque sin esa desmesurada aura de gloria y de respeto que en el país andino tiene entre muchas personas. Y es que, a pesar de que un buen sinónimo para esta palabra es ‘estafador’, hay peruanos que cuando la escuchan o leen, irremediablemente se les dibuja un halo de sonrisa que no pueden disimular (en caso quieran hacerlo), pues hasta son capaces de sentir admiración y complicidad con el maldito personaje.


“¿En qué momento se jodió el Perú?” es la pregunta más citada de la literatura peruana. De la fecha exacta en que eso pasó no tengo idea, pero sí de la circunstancia: cuando todos nos pusimos de acuerdo en que al ‘vivo’ había que celebrarlo. Esa persona a la que le suda olímpicamente el honor, el respeto hacia los demás o su palabra para conseguir sus metas es el ‘vivo’. Nos jodimos cuando, en vez de aislar, expulsar o de encerrar en la cárcel a esa persona, decidimos ubicarla en un altar.


Nos cuesta, como peruanos, darnos cuenta de que mientras mejor esté la gente a nuestro alrededor, mejor estará uno. El ‘vivo’ tiene que ver a todos derrotados para sobresalir gracias a las ‘lornas’ (nerds, capullos) que han tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. Lamentablemente, no son pocos en el Perú quienes ostentan un vergonzoso grado de bienestar a costa de los demás. Que esto no es exclusividad peruana, ya lo sé, pero las tradicionales relaciones económicas entre 'jefes' y 'empleados', en el Perú y Latinoamérica en general, son mucho (mucho) más nauseabundas que en el mundo desarrollado. ¿Alguien ha asociado la palabra “inmigración” con aquello? Pues por ahí va el asunto.


Mal de amores
Peruanitos enamorados dándolo todo (foto: Francisco Estrada).
Estar enamorado bien, con los pies en la tierra, es admirar (querer, amar, etc.) a otra persona por lo que es y no por lo que uno quiere imaginarse de ella. Solo un 'mal enamoramiento' podría explicar que alguien con el historial (por no decir prontuario) de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) sea ahora el candidato de la autodenominada clase 'educada' del Perú: los llamados sectores A y B. La otra opción para poder explicar semejante aberración es que esta gente, de educación, nada. Que cuando van a la universidad o llevan libros bajo el brazo, es para hacer la finta… pero yo no quiero creer eso. Me dejaría totalmente desolado. Yo quiero creer en esa necesidad de creer, admirar o querer a alguien que a veces nos hace actuar como idiotas.


PPK es un vivo. Y su lorna siempre ha sido el Perú… aquella piñata a la cual hay que ir reventando de vez en cuando para beneficio propio. Sin embargo, lo más patético es que, si bien subrepticiamente, PPK ha lucrado deslealmente con el Perú desde hace 40 años, ahora estamos ante la posibilidad de que se le otorgue mediante su elección como Presidente de la República el premio a haber sido tan vivo (para que ahora lo sea más).


El repunte PPK: del 5% al 16%
En un país donde un candidato presidencial puede salir elegido después de hacer el baile del teteo (Alan García), refregarse con una vedette en su propaganda electoral (Alberto Fujimori) o echar en cara amoríos a las periodistas que lo colocan en aprietos (Alejandro Toledo), es claro cuál es la estrategia a seguir: ser un puto hortera (pacharaco, dicho en peruano; guiso, dicho en colombiano; naco, dicho en mexicano, etc.). Así no lo seas, igual debes demostrarle a esa “manada” de peruanos que eres del ‘pueblo’.


Haz reír a un peruano, y te eligirá a pesar de que le hayas destruído el país antes.
Coincidentemente, el repunte de PPK vino de la mano de una serie de actos bochornosos. Él mismo confesó que la espontánea agarrada de testícuos de la cual fue objeto por una señora del Callao, le trajo “suerte”. ¡Pum! Subida de puntos. Luego, volvió a suceder, pero con el tiempo suficiente para que las cámaras puedan captar la escena. ¡Pum! Más puntos para PPK. Esto, por no mencionar cuando se puso en ‘cuatro’ en un programa de TV para que el conductor del espacio simule estar dándole de nalgadas mientras sonaba un ‘perreo’.


Ojo, quien hizo estas cosas (y más) en su campaña no es un personaje estrambótico del tercer mundo; de una cultura exótica, no. Es hijo de un médico polaco y de una profesora de música francesa (PPK es primo de Jean-Luc Godard), y ha estudiado en prestigiosas escuelas y universidades europeas. Lo que pasa es que PPK es un vivo: o sea, un ganador. Y si ha postulado a la presidencia, es para ganarla; ni más faltaba. Y si para eso tiene que darle al pueblo (incluyo a los ‘refinados’ estratos A y B) basura, pues se la dará. Perrea, PPK, perrea…


¿Ahora, por qué alguien tan ‘peruanaaazo’ no renuncia a su nacionalidad estadounidense? Lo pregunto porque para ser de ese país hay que tenerle una fidelidad exclusiva, según lo que indica su constitución. Respuesta: porque no puede. Porque así como ha sido lacra con el Perú, también lo ha sido en EE.UU., y los gringos se la quieren cobrar… Y PPK necesita pagar… ¿Siendo presidente del Perú?

Francisco Estrada (Barcelona, 28 de marzo de 2011)

Salsa pa’ los faytes, rock… pa’ los cojudos

Héctor Lavoe e Iggy Pop: pesadillas para las suegras
“Zona jebi”, “zona punk” o “zona wave” eran algunas de las pintas en aerosol que se podían leer en las calles de Lima hacia finales de los años ochenta. Estas demarcaciones territoriales estaban escritas por adolescentes que, sin esa radicalidad, difícilmente hubieran podido dibujar los trazos maestros de la personalidad que les acompañaría por el resto de sus vidas.

Y a esos jóvenes, al igual que a todo el mundo, los cimientos 'identitarios' se les fueron rellenando con otros aromas y sabores con el paso del tiempo; según la capacidad de reinvención de cada quién. Y, por qué no, supongo que algunos demolerieron su edificio para construir uno nuevo… pero a estos últimos especímenes, aún no tengo el privilegio de conocer.

Traigo esto a colación porque, este fin de semana, la Fania All Stars ofreció su primer concierto en la capital del Perú. No explicaré detalles de este grupo salsero, que para eso está Wikipedia, ni haré una lista de los integrantes originales que han sobrevivido desde que esta mítica orquesta se fundara en 1968. Más bien, creo que es mejor preguntarnos por qué esta banda es importante para Lima y otras ciudades latinoamericanas y qué lugar le tocó ocupar en su momento.

The White Album
En la Lima de fines de los años 60, mucho más fragmentada y clasista que ahora, los chicos buscaban sus íconos, modas y músicas; tal como ahora. El puerto del Callao, otrora gran autopista para los vinilos de distintos géneros que se iban produciendo en el mundo, fue el responsable de que algunas bandas de rock peruanas no sonaran tan ingenuas sino hasta transgresoras; tal es el caso de las muy conocidas Traffic Sound o Saycos.

A ver ponles rock a estos limeños de barrio... para aburrirlos (Foto: Pasache)
Sin embargo, estos grupos y sus referentes internacionales (léase Beatles, Pink Floyd o The Who, entre otros) estaban muy lejos de poder representar a la hierba mala de la sociedad limeña, por más marihuana californiana que hubiera en medio. Me refiero a aquellos chicos que, por sus costumbres, condición social o económica, no eran precisamente el yerno soñado de cualquier madre sensata de la época (así esta perteneciera a una clase poco pudiente).

Según se puede deducir de la novela ¡Que viva la música!, del escritor colombiano Andrés Caicedo, la salsa significó en algunos círculos de jóvenes intelectuales de Cali, Colombia, la respuesta musical latinoamericana frente al rock & roll ‘extranjero’. Caicedo, salsero confeso que nunca dejó de escuchar a los Stones, seguro de que obvió el hecho que la salsa era un producto estadounidense; neoyorquino, para ser más precisos.

Para él y sus anhelos reivindicativos eran más importantes, supongo, el idioma (letras sobre amores de ‘barrio’, drogas, delitos, prostitución…) y aquellas cadencias caribeñas que permitían restregarle la hebilla a la pareja de baile y obviar los manuales de buenas costumbres. A todo esto, recuerdo una frase que escuché en una fiesta de adultos cuando yo aún no lo era: “Hay pasos en la salsa que, por respeto, no se los puedes hacer a tu mujer”. Sí, machismo total, pero no olvidemos que esas otras mujeres distintas a esa mujer ‘oficial’… ¡eran mujeres! Así que todos y todas pecaban igual de rico con los timbales de Machito.

Otra cosa es la salsa, señores...

Dudo mucho de que mi padre u otras personas de la época se hayan decantado por la salsa debido a convicciones ideológicas. Simplemente, en los países donde la salsa fue importante, esta recogía un sentir para el cual el rock no servía. Cuando ‘Cheo’ Feliciano cantaba algo así como “bailando en los callejones” estaba conectando automáticamente con, precisamente, los callejones y zonas conceptualmente cercanas; donde el “chi lof yu, ye, ye… yei” no solo era indescifrable sino, valgan verdades, un poco cojudo.

Así que, más que pretensiones revolucionarias o convicciones contestarías (que en el Perú pudo haberse dado, por ejemplo, con el escritor José María Arguedas y su exaltación del milenario danzaq), lo que ocurrió con la salsa y el ‘pueblo’ latinoamericano fue conexión de piel y punto. Conexión entre aquellos jóvenes de barrios modestos que se preparaban para robar en la playa a los pitucos (pijos), conexión entre quienes tenían que atrapar a sus amigos ladrones (policías de barrio) y conexión entre los que no estaban en alguno de esos extremos, pero sí en el medio, abrazándose y chupando chela con el bien y el mal, con las cantinas y prostíbulos convertidos en los limbos necesarios donde dar rienda suelta a complicidades culturales; aquellas que no se estudian sino que se bailan, toman y follan.

Transgresor, pero no precisamente 'fayte'.
Alguna vez, mientras yo aporreaba el piano de la casa (nunca aprendí a tocarlo bien) con una versión de Foxy Lady, mi padre, el antirock por antonomasia, me sorprendió diciéndome “ah, Hendrix”. Eso me sacudió el mapa antropológico musical con el que ubicaba a mi progenitor, pero, a la vez, me hizo comprender que, como siempre pasa en la realidad, todo no podía ser blanco o negro, y que sí hubo propuestas muy puntuales de rock (más tirando para lo que ahora llamamos funk) capaces de hacer mover las pelvis de los muchachos de la época, pero que se vieron derretidas por las abrasadoras llamas que, desde la Gran Manzana, Johnny Pacheco y Jerry Masucci lanzaban a los tórridos cuerpos del continente americano.

¿Por qué no vas… pero sin mí?
Para que se divirtiera, mi mamá quería que mi papá fuera este sábado (sin ella) al concierto de la Fania en el Estadio de la Universidad de San Marcos, pero él le respondió que no... Porque esa zona es medio pendeibis, que ahí queda Palomino (una unidad vecinal por la cual no mola caminar si ya tienes 65 años y quieres llevar tus mejores zapatos blanco con negro y tu mejor pantalón rojo). No, para él, preferible era ver el concierto por la TV y lustrar el suelo de la casita con aquellos pasos aprendidos en las inmediaciones de 1968… y sin que los pirañitas reggaetoneros tengan la tentación de robarle los zapatos Florsheim al autoproclamado mejor bailarín de salsa de Lima…

Pues sí: muy buena decisión, Pacho... aunque tal vez hubieras podido inspirar a alguna oveja descastada (o desalsada); a uno de esos tontos que hasta ahora no saben de lo que se están perdiendo. Te extraño.

Francisco Estrada (Barcelona, 21 de marzo de 2011)

Encuestas y estadísticas: la matemática al servicio de la subjetividad

Las nuevas encuestas acercan a los candidatos presidenciales peruanos.
En mi increíble país, el Perú, solo faltan 27 días para que elijamos a un nuevo mandatario. Y, como sabemos de sobra quienes nacimos ahí, en ese lapso puede pasar cualquier cosa. Según la última encuesta difundida ayer por la Pontificia Universidad Católica (a pesar de ese nombre, aunque no lo crean, es una universidad prestigiosa), el ex presidente Alejando Toledo tiene 26,6% (bajando); Keiko Fujimori, 19,3% (estancada); Castañeda Lossio, 17,3% (estancado); Ollanta Humala, 15,5% (subiendo); y Pedro Pablo Kuczynski, 10,6% (subiendo).

¿Y qué conclusión sacaría usted de esto, distinguida empresaria (amo de casa, vagabundo de la calle o rockera existencial, etc.)? Pues el 'gurú' de las encuestas, el sempiterno consultado por los medios de comunicación peruanos, Fernando Tuesta Soldevilla, no tiene vergüenza en soltar una de sus habituales perogrulladas: “(Estos resultados) rompen el equilibrio de los últimos dos meses en los que Toledo, Fujimori y Castañeda concentraban el grueso de las preferencias; y muestra un escenario de incertidumbre para la segunda vuelta”. ¡Bravo! ¿Y la muerte te mata, no?

Sé que cansa hacer un análisis de verdad de las encuestas o que, tal vez, más que cansancio, es mejor no saber ciertas cosas. Lo primero que se debe tener presente es que son un negocio: hace poco, se reveló como la 'respetable' encuestadora peruana CPI difundió distintas estadísticas según el cliente que se las pidió. Con razón una vez escuché en la Universidad de Lima al director de una encuestadora quejándose rabiosamente de que a las universidades peruanas se les haya dado por hacer encuestas. No diré su nombre, porque no me consta con datos verificables que él hace trafa, pero su actitud me pareció sospechosa… aunque no su adorable acento español.

Cómo engañar diciendo la verdad
El objetivo es manipular. Y para explicar mejor mi escepticismo frente a las estadísticas y encuestadoras, utilizaré un ejemplo práctico al alcance de todos: mi esperadísimo regreso al fútbol.

Este viernes 11 de marzo, a las 17:15h, en la misma ciudad desde donde Lionel Messi maravilla al mundo vistiendo los colores del FC Barcelona, volví a jugar al fútbol. La última vez que lo había hecho más o menos en serio, fue en una cancha de cemento (lo de “cemento” es muy amable de mi parte, en realidad más parecía una lija negra). Ahora, 15 años después, estaba sobre césped artificial y con medidas casi reglamentarias.

Salvo en mi tierna infancia, cuando yo era un crack con la pelota, la pubertad (y no las drogas ni el alcohol) me hizo descender a los mismísimos infiernos; deportivamente hablando hasta el día de hoy. Por eso no me quedaba más remedio que hacer de payaso en los partidos, para al menos hacer reír…

Con ese trauma sobre mis espaldas, inexplicablemente, se me dio por hacer un regreso a lo Rocky Balboa. La diferencia es que yo no me preparé adecuadamente para ese ‘come back’. Sin embargo, el saldo es ‘positivo’:

1. Mi equipo metió cinco goles.
2. Yo hice dos pases-gol. Uno, mediante un milimétrico pelotazo desde la zona defensiva de mi equipo hacia la zona defensiva contraria, al mismo estilo de Josep Guardiola cuando era jugador. Y el segundo pase, eludiendo a un rival en el mediocampo mediante un taquito lateral y colocando la pelota entre dos defensas, para que ‘Dani’ avanzara hacia el gol eludiendo a otros rivales. Esta segunda jugada me hizo sentir como Xavi asistiendo a Messi.
3. Además, cuando me tocó ser arquero, evité un gol estirándome desde una esquina del arco a la otra.

Los verdaderos Messi y Xavi.
Las otras estadísticas.
1. Nos metieron 15 goles.
2. Hice otro par de asistencias de gol (para el equipo contrario).
3. Cuando me tocó ser arquero, recibí cinco (o más goles) del otro equipo.
4. Como los toreros que cortan rabo y oreja, casi salgo en hombros... pero porque me lesioné al no estar acostumbrado a correr y frenar violentamente.
5.  Casi siempre, me esquivaron fácilmente.
6.  Y, casi siempre, los de mi equipo evitaban hacerme un pase.

Como se puede ver en este ejemplo práctico, a nivel personal, yo podría usar las estadísticas a mi favor o no. Es solo cuestión de contar lo que conviene: como se hace cotidianamente. Y a nivel macro, como lo hacen los gobiernos dictatoriales o democráticos, da igual.

Otra forma más sutil y elaborada de manipular
Mi alter ego femenino encuestando a una señora aburriéndose.
Como todo estudiante universitario de la clase media-trabajadora-proletaria que se respete, yo hice encuestas para poder darme algunos gustos en esa etapa: desde comprarme una Fender Stratocaster hasta salir con quien me molara en ese momento. Por ello, no solo sé diseñar encuestas sino que, además, entiendo todo su proceso desde el ‘terreno’ hasta el resultado final.

Al grano: si en la pregunta cuatro le dices al encuestado, ¿considera usted la corrupción un problema?, es obvio que éste responderá: “Sí”. Bajo la misma tónica, en la quinta pregunta se le puede inquirir si cree que las matanzas deben ser juzgadas, y en la sexta, si es ético que los familiares de los políticos se beneficien económicamente. Y la séptima pregunta podría ser: “¿Votaría usted por Keiko Fujimori?”. ¿Qué respondería esa persona a pesar de querer votar por ella? Pues que no votará por ella. Así de fácil. 

¿Serías capaz de confesar que votarás por ella?
No sé si a propósito o no, trabajé en decenas de encuestas en las que las preguntas precedentes podían condicionar fuertemente las posteriores respuestas de los encuestados. Y para experimentar, me di cuenta de que, según mi actitud y tono de voz, yo también podía influir en las respuestas.

No digo que las encuestas no sirvan para nada o que sus técnicas de manipulación sean siempre tan grotescas como el ejemplo que he puesto, pero, como mínimo, es saludable tener un poco de suspicacia con ellas. Un análisis más serio que el patético “esto significa que él subió y ella bajo” es lo que me gustaría leer. ¿Acaso somos todos tan idiotas como para que nos tengan que ‘descifrar’ de esa manera una encuesta? ¡Vamos, más curro con las opiniones especializadas y las notas periodísticas sobre encuestas! Por favor...

Francisco Estrada (Barcelona, 14 de marzo de 2011)

Gadafi, un pedacito de mi infancia y algo más

Ortega y Gadafi en los 80: algunas cosas nunca cambian.
Rafaella Carrá, Mario Alberto Kempes, Gene Simmons, Adolfo Quiñones, Cindy Loper, Boy George, el rottweiler de La Profecía… Muamar Gadafi. Pensé que yo era el único que lo tenía como patrimonio de mi niñez hasta que un amigo me comentó que también lo recordaba como parte de su infancia. Así que, como ya somos dos los que asociamos a Gadafi con la puerilidad, me animo a escribir este post: ¡Por ti, Damián!

Mi Gadafi en Lima, Bogotá y Barcelona
Una vez de que, a fines de los años 70, tomé consciencia de que el Perú no era la primera potencia mundial sino EE.UU., jamás lo tuve como algo lejano a mi realidad. Veía series o vídeos estadounidenses, una que otra peli gringa en inglés subtitulada al español (la ventaja de no haber tenido un Franco) y la mitad de mis canciones preferidas también eran gringas. ¿Cómo ver a EE.UU. como un sueño imposible sabiendo que me salía perfecto el ‘moonwalk’? ¿Acaso no era eso más importante que ser ciudadano de un país desarrollado, tener visa o dinero para viajar?

Mis padres olvidaron llevarme a ver Star Wars y otras cosas por el estilo. Así que el noticiero y las peleas de boxeo suplieron mi necesidad icónica de 'malos' y de 'buenos'. Para que quede claro: Darth Vader y los niños que tenían sus muñequitos de la Guerra de las Galaxias me parecían un poco aburridos (y yo lo era para ellos, claro). ¿Por qué no pedían guantes de boxeo rojos como los de ‘Mano de Piedra’ Durán? ¿Y EE.UU., tío, no sabes que en cualquier momento puede pelearse con “Rusia” y que todos podemos morir? Mamáaa…  

En 1986, Ronald Reagan bombardeó la casa de Gadafi en Libia. Y Gadafi era la versión real y mucho más perversa que cualquier malo de película. Por eso pensaba que se merecía ser reventado en mil pedazos (EE.UU. siempre era el bueno), pero algo no me cuadraba. Hmmm… no entendía bien, salvo que Reagan tenía un tupé brillante en la cabeza y que Gadafi se vestía raro, lo suficiente como para impactarme (o traumatizarme) por siempre; ahora sé que no inocentemente. También se me ocurrió asociar Libia con el Perú, y me llegué a preguntar si Reagan algún día podría bombardear mi país.

 
Si no podéis soportar el vídeo, 
mirad solo del 1:49 min al 1:53 min.

Y toda esa necesidad de explicarme las cosas en serio se vio ridiculizada cuando The Bangles lo incluyó en su videoclip de Walk like an Egiptian. Ahí, la solemnidad con que lo veía a él y otros personajes se fue al tacho. “¡Qué falta de respeto!”, pensé… pero, a la vez, me reía viendo este vídeo con unos primos que vivían en el distrito de San Miguel, quienes siempre tenían las medias sucias por ahí tiradas (por eso el recuerdo de Muamar Gadafi me viene con olorcito incluido). El asunto es que las 'Bangles' fueron las primeras en enseñarme que era posible mofarse de personajes ‘malignos’, lo que constituyó un gran avance en mi proceso de ir desterrando miedos.

Robinson Gadafi Mora
Cuando tuve que dejar Lima e irme a vivir a Bogotá, el fantasma de Gadafi reapareció. Él no era otra vez protagonista de noticieros (para esa época, mis hormonas ya no me hacían prestar tanta atención a las noticias sino a las presentadoras colombianas, quienes estaban bien... presentables). Sin embargo, el coronel libio volvió a mi cotidianidad por una de las pocas noticias que, en esas épocas, me hicieron levantar la oreja y no otra cosa entre mis piernas.

Era la historia de Robinson Gadafi Mora, un niño que misteriosamente había viajado desde Venezuela y aparecido en Bogotá. Decía que era peruano y buscaba a su familia en el Perú. Pedía ayuda. Los medios se conmovieron y estuvieron un buen rato con la noticia. El chico tenía unos 16 o 17 años, y su aspecto era lumpen total. Y a pesar de que no usaba Reebok o Nike, me parecía digno de atención: yo tenía casi su edad y sabía que, en mi caso, jamás me hubiera pateado cinco países.

Algo así era la pinta del tal Gadafi ese.
Solo un chico de mi colegio bogotano me preguntó por ese personaje, y nos partimos en carcajadas, pero como nadie más en la clase sabía de qué estábamos hablando, ahí murió la conversación. Meses después, leí, no recuerdo si en la prensa peruana o colombiana, que se trataba de un estafador precoz; un mentiroso que solo quería viajar gratis. Pregunta justificada a estas alturas: ¿Qué será de él? ¿Estará candidateando al Congreso de mi país?

Sakapatú
El nombre otra vez me sacudió cuando leí en una ficha informativa que el cantante del grupo peruano Sakapatú se llamaba Gaddafi Núñez. Era la clausura de un festival de cine peruano en un verano de 2008, en el Macba de Barcelona, al cual fui acompañado de una chica por la cual nunca pensé que me iba a volver tan loco (oye, tonta, que no eres tú sino otra, ¿ok?). A ella le expliqué que en el Perú se suelen poner ese tipo de nombres (cuando trabajé en el diario Perú.21, Stalin era un becario), y que solo Venezuela compite seriamente en ese rubro con mi país.

Gaddafi, en el extremo izquierdo. Foto: El Cancell.
Yo estaba contento con que mi acompañante fuera sabiendo poco a poco cosas de mi país, pues si ella me gustaba tanto, pensaba ingenuamente que algún día tendríamos que visitarlo juntos. En fin, que si fuerzo un poco la figura, “Gadafi” estuvo de alguna forma presente hasta en uno de mis sueños más tristes de Barcelona.

Según una de las injustificadas famas que tenemos los peruanos, se dice que todos hablamos bonito. Es decir: pausado, sin gritar y pronunciando cada sílaba. Y lo que más me llamó la atención de Gaddafi, aparte de su nombre, es que hablaba según esos parámetros; es decir, “a la peruana”. A él lo he visto luego en un par de fiestas de amigos y, una vez, en mi bar felicitándome por emprender aquel negocio; prometiéndome que volvería algún día (hasta ahora no ha vuelto).

Otra vez, el de verdad
Y, en estos días, lo que todos sabemos: Muamar Gadafi, el original, ha vuelto. Removiendo recuerdos para algunos y casi ocasionando una pelea en mi bar: hace tres semanas tuvimos que echar con mi socio a un italiano borracho que se puso a dar vivas al dictador.

Yo, como muchos, no quiero volver a ver al coronel como protagonista de noticieros. En cambio, sí tengo anhelos más pequeños: quisiera saber qué fue del tal Robinson y convencer a Gaddafi para que algún día toque en mi bar cuando presente mi carta de comida peruana... Eso sí que molaría.

Francisco Estrada (14 de marzo de 2011)

Armas, armas y armas en Libia... ¿Y la comida?

Sin un buen rancho, cualquier tropa pierde hasta la puntería.
Observando el mapa, Libia está al lado... y yo, supuestamente, soy periodista. Haciendo una comparación, creo que igual de impotente me hubiera sentido durante la caída del Muro de Berlín si es que, como ahora, contara con residencia europea. Y en estos días, España, que algunos nórdicos envidiosos de calor ubican en África (por estar debajo de los Pirineos), queda a un salto del país más explosivo del planeta en la actualidad.

Vamos, que no se puede estar en todas, pero desde que un reportero gráfico me propuso ir en plan ‘freelance’, la envidia con respecto a mis colegas en terreno no ha hecho más que crecer día a día. En mi caso, más que miedo por el loco Gadafi (“os mataré como a ratas”), es la falta de tiempo la que no me deja salir de Barcelona. Así que no me ha quedado más remedio que leer y leer sobre el tema durante varios días… hasta que, por fin, pude descubrir un factor que todos los periodistas están dejando de lado en este conflicto. Algo que me daría 'autoridad' para escribir sin ser corresponsal ni 'especialista' en Medio Oriente.

El detalle
Resulta que, tanto en las crónicas de guerra y los artículos de opinión, se hace especial énfasis en el poderío militar que Gadafi ha logrado atrincherar en Trípoli. Dicen que él, hábilmente, debilitó al Ejército libio para asegurarse de que éste no la tuviera fácil en caso decidiera expectorarlo algún día.

Y según analizan, el plan del 'loco' va funcionando: los militares desertores no pueden entrar a Trípoli, pues miles de mercenarios sudsaharianos se encuentran armados con el mejor equipo de guerra disponible para proteger al extravagante dictador. Y dispuestos a disparar a cualquier cosa que se mueva. Los ‘especialistas’ dicen, además, que mientras Gadafi controle Trípoli, todo será manejable para él.

Sin embargo, basado en dos batallas históricas que tengo muy presentes, aquello de la “Zona de exclusión aérea” debería tener como objetivo no solo detener los bombardeos de Gadafi a sus sublevados compatriotas. Lo que también se debería evitar es algo igual de importante y que podría llevar a una solución pacífica del conflicto: que en Trípoli tengan comida. Y, a la vez, asegurarse el abastecimiento 'humanitario' en el resto del país.

Destrucción del Templo de Jerusalén, de Francesco Hayez.
Como se sabe, en el famoso Sitio de Jerusalén (70 D.C.), una vez que los romanos rodearon la amurallada ciudad, permitieron que mucha gente entrara, para luego no dejarlos salir. La idea era que las provisiones se acabaran lo más pronto posible, lo cual debilitaría a los bravos guerreros judíos, quienes en el cuerpo a cuerpo tenían a los romanos como a hijos. Es por eso que el futuro emperador Tito tuvo que presentarse ahí con varias legiones, para compensar con cantidad lo que sus soldados no tenían de convicción o de fanatismo (aquello de luchar creyendo que Dios está de tu lado funciona).

El plan de los romanos iba causando malestares a medias, pues los hijos de Abraham tenían, supongo (o creo haber leído), túneles secretos que les permitía ir en busca de pequeñas provisiones. A todo esto, también me parece haber escuchado en una conversación, de hace muchos años, que los judíos lograron retrasar la intervención militar metiendo a escondidas en el pienso de los animales traídos por los romanos algunos productos que les produjeran malestar estomacal. Como los romanos no tenían Google Maps, tenían que ‘leer’ las vísceras de los animales para saber cuándo era bueno atacar. Si al despellejar una bestia, veían en vez de tripas una chanfainita, pues se quedaban quietos.

Para cuando los romanos se habían dado cuenta de los trucos de los judíos, habían pasado algunos meses. Y en el mismo momento del asalto final, la resistencia del pueblo judío estaba ya muy disminuida porque la comida no abundaba precisamente. Inclusive, me atrevería a aventurar que algunos judíos podrían haber deseado secretamente que, por fin, entren los romanos y se acabe con tanta escasez (con la esperanza de no haber pasado antes por una intervención quirúrgica a la romana, claro está).

Un dato: los soldados judíos se encerraron en el Templo Sagrado durante la emboscada final romana… La gente del pueblo, presumo, no tuvo muchas ganas de intervenir. Digo algunas de estas cosas basado en el sentido común y no en los informes de Flavio Josefo, que me parece el historiador menos fiable de la historia (valga la redundancia).

Hasta aquí, este es el primer paralelismo interesante que se puede hacer con respecto a batallas pasadas, y así poder ver más factores que el simple “él la tiene más grande, entonces no le pueden pegar”.

Muchos años después, muchos kilómetros más allá.


La Torre del Rey: una fortaleza dentro de la fortaleza.
Otra batalla o “sitio” fue el que sufrió en 1826 la fortaleza del Real Felipe en el puerto del Callao, en el Perú. Aquel baluarte goza con la reputación de nunca haber podido ser asaltado. Su excelente diseño militar (encargado a un especialista francés del siglo XVIII más otros coleguillas españoles) no solo le permitió repeler fácilmente los ataques de piratas y corsarios en las frías aguas del Pacífico sino que, cuando el general San Martín quiso desembarcar en el Perú para declararlo “libre e independiente”, no pudo hacerlo en el Callao. Unos cuantos cañonazos y el libertador argentino tuvo que desviarse a Pisco para desembarcar.

Aquello no solo le pasó a San Martín sino que el mismo Bolívar no pudo sacar de ahí, años después, a las tropas realistas que se habían atrincherado. Al igual que Gadafi, el comandante en jefe de la fortaleza, José Ramón Rodil, tenía bajo su mando a la crema y nata de los soldados españoles en América más el mejor arsenal disponible. Además, había en el fortín un estanque de agua que podía abastecer a miles de soldados durante dos meses, mínimo. El problema es que muchos civiles pro realistas se refugiaron también en el San Felipe y la comida empezó a escasear: “Cuando hasta la carne de ratas se les acabó”, los militares españoles tuvieron que pedir una negociación que les permitiera zarpar rumbo a la Madre Patria a comer jamón de pata negra y ya no hamsters de cola larga.

¿Que Gadafi debe tener provisiones? Sí, pero los residentes en Trípoli y que tal vez aún lo apoyan, cuando empiecen a sentir hambre, se encargarán ellos mismos de sacarlo. Por algo es que Gadafi quiere negociar (o mejor dicho, comprar)... Si solo le bastara con tener el control de las mejores armas, pues no estaría buscando otras soluciones distintas a las bélicas. El 'loco' sabe que toda revolución se aplaca con los estómagos llenos... Y que si le cortaran el grifo a sus seguidores (incluyendo otros servicios básicos), de ahí saldría linchado*.

*Hasta el momento en que se terminó de redactar este artículo (5 de marzo de 2011), no se pudo encontrar en la red (elpais.com y bbc.com, entre otras webs informativas) una noticia o análisis sobre el abastecimiento de comida del Ejército libio fiel a Muamar Gadafi... Aunque igual, hay que confesarlo, no se buscó taaanto. Del mismo modo, el régimen del excéntrico coronel se mantenía aparentemente fuerte en la capital (según los reportes de las agencias).

Francisco Estrada (Barcelona, 7 de marzo de 2011).