Mi primer sueño erótico


Me desperté confundido. Aún no tenía edad para entrar al colegio; es lo único que sé. Recuerdo haber amanecido más callado de lo normal; observando a todos con un poco de rabia, pues quienes me rodeaban pertenecían a la realidad.

Yo no tenía muy en claro qué era la 'realidad', pero ya había desarrollado la oposición 'sueños/realidad'. Y quienes pertenecían a la realidad me cayeron odiosos durante un buen tiempo por dos razones: primero, porque estaban reemplazando a mi sueño, y, segundo, porque nunca me hubieran entendido si les contaba lo que me había sucedido (no soñado, sucedido).

Estaba yo en un jacuzzi. Nunca había estado yo en uno... o tal vez sí, porque mi padre me solía llevar a los 'baños turcos', donde recuerdo había una piscina hirviendo con burbujas con un montón de tíos desnudos y panzones (sí, peruanos) que descansaban en sus aguas como cachalotes. Regreso: contaba que yo estaba dentro de un jacuzzi, pero solo, admirando con idolatría a una mujer negra que se estaba preparando para entrar en la piscina. No estaba ella desnuda sino cubierta con una malla pegada al cuerpo del color de su piel. Las trencitas de sus cabellos le bajaban como pequeñas cascadas hasta la altura de los hombros. Estas eran doradas como los polvos que ella se había esparcido por el cuerpo, incluyendo su rostro. El dorado le queda muy bien a las negras. Me puse a fantasear, entonces, con la posibilidad de que esa mujer entrara a la piscina y se me acercara; algo improbable porque yo tenía menos de seis años y ella ya era toda una mujer... pero lo increíble empezó a hacerse realidad. Sí, realidad. La negra se me fue acercando atravesando las aguas que nos separaban como si fuera el monstruo del lago Ness, toda ella sinuosa, mientras yo era presa de un shock que me dejaba paralizado. Sus labios tenían pintura dorada también. Todo en ella refulgía, como en esas hipnóticas bolas de cristal de las discotecas de los años 70, y yo iba sintiéndome cada vez más parte de Studio 54 sin saber qué era Studio 54. Cuando ella estuvo lo suficientemente cerca de mí, vi la forma de sus pechos aún cubiertos por la malla color piel. Sentí un fuego intenso en mi cuerpo, como nunca en mi vida lo había experimentado. No sabía qué hacer, qué me pasaba, qué estaba pasando. La negra se me acercó tanto y con tan evidentes malas intenciones (el hecho concreto podría haberse tipificado como corrupción de menores, pero lo criminal hubiera sido más bien denunciar tanta maravilla), que pude apreciar hasta sus poros dilatados por los vapores del jacuzzi, y el sudor que a ella le chorreaba espesamente por el rostro ya no como un líquido sino como algo viscoso... Yo estaba en el cielo, y así se quedó ella: a un centímetro de mí como si estuviera drogada o excitada. Tal vez, por obra y arte de mi sueño, ella ya se había quitado la ropita, pero igual no era necesario porque en ese entonces yo no sabía cómo se hacían los niños. Eso sí, a los más morbosos y morbosas puedo contarles que no tuve mi primer sueño húmedo (a pesar de estar en un jacuzzi), pues con menos de seis años es algo imposible, creo. Pero de que el cuerpo me tembló de pies a cabeza y de que tuve uno de los más grandes calentones de mi vida (si no el más grande), de eso sí que puedo dar fe. Lo siguiente, ya lo conté. Me desperté molesto con toda la realidad... Y conmigo por no haber tocado ni besado a la negra como en las telenovelas venezolanas.

Este episodio nunca lo he olvidado y hasta suelo contarlo algunas veces. ¿Por qué escribo sobre él ahora? ¡Pues porque ayer encontré a la negra! Estaba yo bajando música (hace unas semanas he involucionado hacia mi adolescencia averiguando y bajando mucho sobre música, con lo cual ahora me queda poco tiempo para leer... pero es solo una situación temporal) y me encontré con una canción hipnótica que me llevó a viajar a través del tiempo; hacia la sensación que tuve con mi primer sueño erótico. 

Siempre he dicho que soy mal fisonomista. Y que son las sensaciones las que me hacen reconocer a las personas. Cada persona me hace sentir distintas cosas, y así las reconozco... Y así es como reconocí a Donna Summer mientras cantaba el mantra I Feel Love. Al ver ahora el vídeo que por primera vez contemplé con menos de seis años en el televisor de mi abuela, comprendí por qué me impactó tanto. Donna es ahí un ser casi maligno; mucho más que Eva. Donna está en ese vídeo muy próxima a convertirse en un demonio por el poder que podría llegar a tener sobre cualquiera... pero con unas promesas de intenso placer que, definitivamente la alejan del demonio (tengo educación católica, pero me queda difícil asociar un buen orgasmo con el pecado o el demonio).

De la misma forma, la música parece estar malignamente compuesta para hipnotizar. Y su intérprete no pudo haber entendido mejor aquella intención, pues se percibe que ella entra en trance cuando la canta. Y no solo oyéndola, porque los movimientos de su cuerpo en el vídeo sugieren lo mismo. Musicalmente, he averiguado que esta canción forma parte de uno de los mejores discos de la historia, con el gran Giorgio Moroder metido en el asunto. Según la Wikipedia, esta canción también puso de cabeza a David Bowie y Brian Eno hasta el punto de influenciarlos en su celebrado Berlin Trilogy. Copy-Paste de algo que cuenta Bowie al respecto: "Un día, en Berlín, (Brian) Eno vino corriendo y dijo: he escuchado el sonido del futuro. Es I Feel Love, de Donna Summer. Es esto, no busques más. Va a cambiar el sonido de la música de club para los próximos quince años". ¿Si a semejantes tiburones esta canción les causó aquel impacto, cómo no habría de traumatizar a una pirañita como yo? Claro, reconozco que mi conmoción fue más allá de lo musical, pero dudo mucho que de haberme tocado ser niño ahora, el fondo musical de cualquiera de las seudodivas contemporáneas pudiera haberme perturbado hasta marcar mi memoria para siempre.

Muy aparte (y aquí me alejo de lo espiritual solo para el análisis, porque fue un 'todo' lo que me conmocionó), está la prodigiosa figura de Donna, la cual también me embriagó. Observándola desde un punto de vista genético, es obvio que pertenece a la misma tribu de las hermanas Williams, pero sin ese temor que te bloquea cuando ves a las campeonas de tenis: que una bofetada suya termine desfigurándote el rostro para siempre.

(Lo siento, pero es un factor a tener en cuenta: ya sea por error o porque te lo mereces, te puede caer una bofetada. Y si es de las Williams, mejor que te coja confesado. Con Summer, en cambio, me imagino apenas un rasguño producto de sus afiladas y largas uñas... Pero la verdad es que me sentiría incapaz de hacer enfadar a Summer hasta el punto de que me agreda... Aunque claro, siempre hay una calumnia, un malentendido... Y un rasguño es soportable).

Donna, ahora que ya te descubrí y creo haber cerrado uno de los tantos enigmas de mi infancia (que hasta el día de hoy me persiguen en formas de sueños y recuerdos... algunas veces gratificantes y otras veces inquietantes hasta llegar al horror), me pasa lo mismo que cuando te conocí en el jacuzzi: no sé qué hacer. Y al igual que la otra vez, apenas me estoy quedando en el hecho de contar la anécdota. La única diferencia es que, la primera vez, esperé a ser adulto para compartir mi inquietud. Ahora, lo he contado al día siguiente. Así que misterio resuelto, Donna. Y si por casualidades de la vida te llegara esta nota que no podrás leer en su idioma original, no puedo evitar mi esencia baladí y decirte: ¡Tía buenorra!

Francisco Estrada. Barcelona, 11 de diciembre de 2011