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A caballo entre Bogotá y Lima, un sencillo y muy personal homenaje al músico argentino Gustavo Cerati.

Las líricas más perturbadoras se encuentran en su último disco.
La primera vez que escuché a Soda Stereo fue a través de los altavoces de un bus destartalado de Lima, en enero de 1986. Yo estaba de vacaciones en el Perú, porque en ese entonces vivía en Bogotá, donde no se escuchaba a los argentinos ni a ningún grupo de rock latinoamericano (por lo menos, en las radios comerciales). Y la verdad es que, en aquel bus a punto de romperse, el grupo me pareció una reverenda mierda. Si bien yo tenía apenas 10 años y no tenía conocimiento musical alguno, puedo recordar ahora exactamente el motivo por el cual la banda me causó un rechazo inmediato (es que me pareció tan abominable, que por eso mismo puedo evocarlo).

Primero que todo, durante “toda” mi vida (es decir, apenas 10 años en ese entonces), cuando se trataba de temas de rock, yo siempre había escuchado producciones estadounidenses o británicas. Inconscientemente, ese sonido de estudio anglosajón era para mí sinónimo de lo correcto; de lo bueno. Por lo tanto, cuando escuché por los altavoces la chirriante guitarra rítmica de Cerati jugando con un La7 en el séptimo traste, mis tímpanos se indignaron.

No solo la ecualización era muy distinta a cualquier cosa que había escuchado antes sino que el ritmo ska incrementaba mi sensación de estridencia (sonaba Te hacen falta vitaminas). Para colmo, la canción iba de coña, era una sátira total, y yo jamás había escuchado una canción así. Es decir, sonaba “mal”, no era “seria” y, encima, como eran latinoamericanos, se me ocurrió que sus ideas rockeras no podían ser originales y que todo debía ser una copia. Así es, para mí no eran originales a pesar de que me estaban sonando distinto a todo, pero ya sabemos cómo funciona esto de las percepciones... Como en ese entonces yo no tenía la capacidad técnica para exponer los motivos de mi rechazo a Soda Stereo, solo pude vomitar lo más fácil, el prejuicio: “No me parecen originales”, le dije a mi prima adolescente, quien me estaba paseando en bus para invitarme un helado. A ella y a casi todos los limeños les fascinaba Soda Stereo.

Sus primeras visitas a Lima.
Unos meses después, ya de regreso a mi casa en Colombia, a mediados de 1986, a una compañera de clase peruana se le ocurrió poner un casete de Soda Stereo en el bus escolar, y recuerdo haber hecho todo lo posible para que quitara esa “basura”. Me empeciné tanto que lo logré y lo sacaron, para que pudiéramos seguir escuchando por la radio a Elton John, supongo… Sin embargo, la pesadilla de Soda persiguiéndome no acabó ahí, porque a fines de 1986, enfrente de mi casa de Bogotá, en el Chicó, se anunciaba que ellos se presentarían en la diminuta discoteca Keops. “No creo que les vaya bien”, pensé.

Para ese entonces, Soda ya era una fiebre en el Cono Sur Latinoamericano, incluyendo al Perú. Tanto así que en este último país ya se había presentado durante tres fechas seguidas en el Coliseo Amauta, el espacio más grande que podía ofrecérseles en ese entonces (20 mil personas de capacidad). Es decir que Soda hubiera podido llenar tranquilamente el Estadio Nacional de Lima en 1986, mientras en Bogotá estaban tocando en una pequeña discoteca.

Según los testigos de la época, aquel concierto en la discoteca Keops fue el mejor que haya ocurrido alguna vez en Bogotá hasta ese entonces. Recuerdo textualmente el comentario de un locutor de la radio: “Llegaron cargando sus instrumentos ellos mismos y, a diferencia de los músicos locales, no hicieron mayor problema con el sonido que les ofrecieron, y sonaron mejor que cualquiera”. A partir de ahí, empezaron a circular los casetes clandestinos por todas las ciudades principales de Colombia, país donde no contaban con una discográfica.

Al parecer, los argentinos tenían claro que Colombia era una plaza importante, razón por la cual, cerca de esa misma fecha, ofrecieron otros pequeños conciertos en el país. Y esa semilla hizo que un año después, en 1987, Soda Stereo ofreciera un concierto triunfal en la Plaza de Toros de Santamaría. Al mismo tiempo, el interés por esta banda iba prácticamente desapareciendo en el Perú, mientras el país, coincidentemente, se hundía en la peor crisis económica y social de su historia. Para la gira del disco Doble Vida (88-89), Soda ya era un grupo conocido en Colombia y su nueva meta era ahora la conquista de México.

Puente hacia otras latitudes.
¿En qué momento me empezó a gustar el grupo en Colombia? Creo que fue a partir del Doble Vida, primer disco que Soda Stereo grabó fuera de Argentina, en Nueva York. El sonido, por supuesto, me fascinó… aunque debo admitir que también empecé a flipar con todos los discos anteriores sin percatarme del sonido. Las letras de Gustavo Cerati me capturaron. Al mismo tiempo, recuerdo que yo, hipócritamente, me jactaba de que había escuchado la banda en Lima mucho antes que todos los bogotanos… aunque, por supuesto, omitía el dato de que en esa época no me gustaba.

Me volví tan fan (fan’s, como me gusta ahora decir) de ellos, que en 1991, con 16 años, los recibí en el Aeropuerto El Dorado para la Gira Animal. Hasta tuve la suerte de tirar accidentalmente al suelo a Charly Alberti en unos forcejeos. Y pude subirme al mismo bus que llevaría a los Soda Stereo al hotel Hilton, pero al ver a mis amigos corriendo para seguirlos en caravana, decidí bajarme del autobús, pues temía que, por preocupación, mis amigos terminaran dando parte de mi desaparición a la policía en vez de seguir en caravana a los argentinos. Ahora me arrepiento. Debí haberme quedado en el bus con Soda Stereo. ¿Se imaginan todo lo que tendría ahora por contar? Regresé donde mis amiguitos Mao, Ángela y Paola.

Legado.

Lo importante para mí, aparte de las deliciosas anécdotas, es que gracias a Gustavo Cerati y su banda pude descubrir la mística de Robert Smith y los acordes jazzísticos de Andy Summers. Al respecto, resultan interesantísimas no solo las influencias estilísticas de la banda sino el uso de samples de otros grupos, sean de los Jesus & Mary Chain o de Echo & The Bunnymen, apropiaciones algunas voluntarias y registradas, y otras involuntarias (tal como siempre ha pasado en la historia de la música y tal como seguirá sucediendo). También les debo, sobre todo, la decisión de aprender a tocar guitarra, aunque no fue con sus canciones que aprendí sino con las partituras de Metallica (el universo musical es muy grande; qué desperdicio escuchar una sola cosa).

En fin, que su música no solo brindó consuelos, reflexión, ánimos para investigar más allá o diversión sino que cambió algunas vidas. Estas contingencias son muy extrañas, porque cuando te preguntas qué hubiera pasado si tal cosa no hubiera existido, llegas a la conclusión que tu vida habría sido totalmente distinta. ¿Y si al asteroide que extinguió a los dinosaurios nunca hubiera colisionado con la Tierra? Así pues, más o menos.

Tan admirados ellos por las masas pop y vilipendiados por unos cuantos, creo que cada quien es libre de hacer lo que quiera (aunque hay mejores cosas con las cuales destacar y hacerse notar, me parece, en caso no sea una cuestión de gustos). Por último, cabe resaltar que la masividad del grupo es tanta, que si en Latinoamérica a una banda se le ocurre tocar algo que se le parezca al rock, que sea un poco oscuro y cantado en español, no le dirán que suena a Joy Division, The Cure, Bauhaus o Lords of the New Church. ¡No! Simplemente le dirán que “suena a Soda”, pues es la referencia inmediata y popular. Tal vez eso sea lo único malo del legado de Gustavo Cerati, pero no es su culpa. Y tampoco hay que martirizarse por ello, pues es lo normal. Total, yo conozco anglosajones que confunden la salsa con el merengue, la bachata y la cumbia, ¿y qué? Así que, simplemente, a suspirar con nostalgia y, en el caso de muchos con los cuales me identifico, a agradecerle por su música, y por haber servido de puente para que descubriéramos otras bandas y estilos.

Francisco Estrada, 5 de septiembre de 2014, Lima