El espacio y el tiempo son solo construcciones mentales...

Tirado en el suelo tomando Coca-Cola. 
Bogotá, 1990


En el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, versión 23 de febrero de 1993, unos grandes cristales separaban la calle con respecto al interior. Ese día, mientras yo subía las escaleras eléctricas para llegar a la segunda planta, y de ahí entrar al avión, se me ocurrió voltear hacia los cristales y me di cuenta de que Mao se estaba agachando para seguir viéndome. La división entre la primera y la segunda planta nos iba a quitar toda posibilidad de volver a vernos hasta dentro de 13 años.

Al ver Mao que yo había volteado, él alzó su brazo para hacerme adiós por última vez. Yo hice lo mismo agachándome un poco (la escalera subía y nuestros cuerpos iban desapareciendo de arriba a abajo). En vez de agacharme aún más, volteé rápidamente y le di la espalda para que él no se diera cuenta: yo había empezado a llorar. Me sequé las lágrimas con la manga del jersey y me fui corriendo a un lugar donde ni mis padres ni hermana pudieran verme, y que mis lágrimas pudieran expresarse en todo su esplendor. En realidad, me escondí no porque quisiera ahorrarle la pena a mi familia; simplemente, lo hice por cuestiones prácticas, pues si lloraba solo, se me pasaría rápido. Acompañado, en cambio, la cosa podía prolongarse y adquirir niveles trágicos: “Hijito, no llores... buaaa”.

Mi primera despedida
El solitario lugar donde aparecí 'sin querer queriendo' fue una capillita católica muy sobria, digna de un aeropuerto; símbolo de la modernidad (latinoamericana). Ahí tuve tiempo para pensar y sorprenderme conmigo mismo; con mi reacción. Si alguien le preguntara a mis padres cómo viví la mudanza de Colombia al Perú, ellos podrían decir que fui muy conchudo (fresco, indolente), pues, inclusive, recuerdo haber desesperado a mi madre tocando la guitarra y cantando como si nada pasara mientras ellos empacaban las últimas maletas. Mi mamá me gritó para que yo hiciera “algo” y le hice caso: me puse a leer Guitar Player. El padre de Mao nos había dicho un día antes que “lo bueno de las despedidas son los reencuentros”. Él hablaba amparado en la experiencia. Yo, en cambio, al no tenerla, la reemplacé por pesimismo: en algún momento, Mao y yo dejaríamos de escribirnos cartas y perderíamos todo contacto... Y así fue.

Trece años después, un 22 de febrero de 2006, llegué a Barcelona desde Lima. A los dos meses, viajé a Madrid por Semana Santa, y a pesar de que me aburrí horrores en ese paseo, me enamoré de la ciudad. Hice un álbum de fotos y, no sé cómo, yo tenía el mail de Mao (en 1993, cuando nos separamos, ni él ni yo sabíamos qué era Internet). Al ver él que el álbum de fotos era de Madrid, ciudad donde él vivía, me escribió. Intercambiamos números de móviles y, aprovechando una reunión de trabajo que él tenía en Barcelona, vino a visitarme en mayo de ese año.


El destino había querido que él y yo viviéramos en el mismo país. Al reencontrarnos en el aeropuerto El Prat, de Barcelona, nos abrazamos y reímos como niños. Yo le noté un cambio (solo uno): aquella inseguridad que todos compartimos en la adolescencia, había quedado desterrada por completo en él. Y cuando pudimos estar solos, en cinco minutos me actualizó su vida. No necesitamos más. Condensamos lo más terrible, sublime y trascendental de esos 13 años en solo cinco minutos. Y como dicen muchas personas que viven situaciones parecidas: el tiempo no había pasado, porque era como si nos hubiéramos despedido el día anterior en el aeropuerto El Dorado de Bogotá.

18 años y cinco meses después...


Recuerdos adolescentes

La primera imagen que tengo de Janet es viendo vídeos musicales del VHS en el cuarto de televisión de su apartamento en Bogotá. Éramos casi vecinos, así que yo iba caminando después del colegio a su casa. También iban otros amigos y amigas de ella, tanto del colegio como de otros lados. Ella me presentó a todos los músicos postpunk del hemisferio norte, que en un principio no me gustaban, pero ante lo cuales terminé rindiéndome ("cuando madurez, te gustarán", decía ella con una sonrisa entre burlona y bondadosa). Tambien, por su 'culpa', es que me dio curiosidad ir a los sitios 'underground' que ella frecuentaba (Barbarie, Vértigo, TVG).


Cuando Janet llegó al colegio, era como si, metafóricamente, todos usáramos pajaritas en el cuello para asistir a clases. Muy ñoños, la verdad. Ella era la única que iba a esos lugares "raros" y, siendo mujer, poniéndose botas militares... algo que escandalizaba tanto a profesores como a algunos alumnos que, sin querer, eran férreos defensores de las costumbres 'bien' de Bogotá. En el medio, en un limbo mediocre, estábamos algunos, que no éramos defensores ni rebeldes ante nada... Aunque, al final, cuando la música era para uno lo más importante, irremediablemente terminaba frecuentando aquellos lugares un poco “raros” en detrimento de las discotecas cool.


Mi primer coche... se burlaban del color... ¡Canallas!
Así que el cariño hacia Janet no solo es por haber sido mi mejor amiga en el colegio, con quien salíamos en mi pequeño Fiat rojo escuchando música a todo volumen y desafiando las leyes de tránsito con la insolencia de nuestros dieciséis años. Inclusive, la amistad tenía ribétes mágicos, pues juro que, cuando enroscábamos nuestros dedos índices, podíamos con nuestro poder mental que los perros a punto de cagar no pudieran hacerlo o que quien nos cayera mal, se sacara la mierda tropezándose. 

Primeras experiencias automovilísticas

Punto aparte: hace unos segundos, a través del Facebook (si de verdad existe Mark Zuckerberg...o así sea invento de la CIA, me importa un carajo: gracias por el Facebook), Janet acaba de decirme que ya le ha contado a su hija de seis añitos cómo nos desmadrábamos en mi coche escuchando a Soda Stero (que también tenía su cosita postpunk).


Cuando llegué a la capital del Perú en 1993, yo era un bogotano; rolo acérrimo y orgulloso... La verdad, no sabía eso de mí hasta que pisé suelo limeño. ¿Que cómo sobreviví a una ciudad como Lima que durante un par de años no pude considerar mía? Pues la música, mi cassette del Pornography a todo volumen en mi walkman fue lo que me protegió como si fuera un astronauta en esa incomprensible ciudad... Así sobreviví las combis, que me hablaran de reggae o me vendieran helado de vainilla cuando yo había pedido de lúcuma...

Las anécdotas en Bogotá son muchas, pero no se trata de contarlas sino de saber que existen y cómo es que nos unen con muchos otros amigos del colegio a quienes de verdad puedo decir que amo. Sé que, mañana lunes, nos abrazaremos y lloraremos con Janet en el Aeropuerto El Prat de Barcelona. Y sé que, tal vez, ni siquiera sea necesario contarnos cosas. (Ahora escucho a los Cocteau Twins. Me gusta su etapa etérea... pero el primer disco es el que me mata... el más postpunk, ejem). Espero poder caerle bien a Jojo (su hija), pues los niños tienen sus propias reglas y hay que respetarlas. Con Jason, su esposo, seguro de que nos entenderemos a la perfección, pues por algo es su marido. Ganaré un hermano más, seguro de que sí.

En estos días, me he cuidado para esperar bien a Janet. Es que se vienen unos momentos lo suficientemente intensos como para contarlos de aquí a muchos años... Años en los que las despedidas o pérdidas no me afectarán como antes. Y no es que me haya vuelto frío... Teniendo en cuenta mi renovada e intacta amistad con Mao y lo que se viene ahora con Janet, puedo decirle ahora a alguien mucho menor que yo: Luke, soy tu padre... no, mentira... “Lo bueno de las despedidas son los reencuentros”.

Francisco Estrada (Barcelona, 26 de febrero de 2011)

Sónar 2011: Aphex Twin

¿Qué haces, tío?
Advierto: soy profano en música electrónica, así que esta es la crónica de un novato que, de pronto, se vio en medio del festival más importante de este género en España.

Si me encargaran hacer una crónica de 3500 caracteres (incluyedo espacios) sobre el concierto que ofreció el viernes 17 de junio M.I.A., me sentiría realizado como crítico musical repitiendo 318 veces la frase “vaya mierda” (de 11 caracteres) en todo el texto.

Felizmente, aquella noche había empezado espectacularmente para mí con el danés Anders Trentemoller y sus músicos de sesión. Trentemoller, cuyos gestos y cuerpo lo convertían en el perfecto Almodóvar nórdico, anunciaba con su remera negra del grupo británico Bauhaus de qué iba principalmente su música: la exploración de armonías y melodías oscuras, de aquellas que en nuestra cultura occidental utilizamos cuando de contextualizar historias de vampiros se trata, entre otros horrores glamorosos.

Acorde a ese espíritu, tanto su guitarrista, muy bien dotada técnicamente pero sin hacer alarde por ello, como su vocalista, se ceñían a la tradicional estética gótica pero más en onda siglo XXI y ya no tan 'medioevo revival', como se solía hacer en los ochenta del siglo pasado. Ellas exibían un vampirismo más sugerido, emulando la estética de aquellas mujeres fatales que poblaron la gran pantalla en los albores del cine sonoro tanto en Alemania como EE.UU. Los cortes de pelo eran un poco más libres y ágiles que lo aconsejado desde la ortodoxia, para que el viento pudiera hacer formas cada vez que ellas movieran la cabeza marcando el 'beat'.

La oscuridad sónica, pasada por el filtro de Trentemoller tiene su principal distinción en los aparatos con los que él crea nuevos fondos sonoros sobre los que cabalgaban sus tétricas patituras. Su banda estaba formada por, aparte de las intérpretes antes mencionadas, una efectiva sección rítmica, rememorando un poco a la de Caribou, pero no tan dance sino con un espíritu más gótico... y con la consciencia de que lo que no se toca es tan importante como lo que se toca. ¡Alabado sea el minimalismo!


¡Habla, Almodóvar!
Durante el concierto, cada uno de los músicos buscó la primera fila, como cuando los actores, en el teatro, salen a recibir los aplausos de las graderías para intentar la cercanía lo más al borde del escenario posible (una puesta cada vez más común en los grupos). Y algo más para agradecerles en aquella noche: las cadencias y variaciones rítmicas que, en una buena parte de la música electrónica, son dejadas de lado.

El bajón
Después de agradecerle al cielo por el momento, como no, en primera fila, salí a deambular y el tal holandés DJ Munchi, que ponía perreo (¿quizá sentía que debía hacerlo por su pelo negro rizado?), me causó arcadas. Cerveza si us plau. Dizzie Rascal, un rapeo ramplón aburridísimo; Benji B en algo, pero insuficiente; y Mouseup, con quien decidí sentarme a emborracharme para soportar ese limbo... hasta que vi, a lo lejos, una amiga bailando sola.

La saludé y ella siguió bailando. Yo solo la miraba estático, aburridísimo, hasta que se detuvo y me dijo: “¿Qué mal está esto, no?”. “¿Entonces para qué bailas?”, le respondí mentalmente. Nos fuimos a ver a M.I.A. muy cerca de la primera fila, desde donde esta “hija de vecina” (por no tener nada de extraordinario: ni voz, ni presencia, ni movimiento escénico ni, menos aún, música interesante) estafaba al respetable con su supuesta exoticidad...

Es decir, la típica estafa del “exotismo” enlatado, donde la marca “Made in India” no va más allá de algunas imágenes muy cliché (lo suficientemente típicas como para que puedan ser reconocidas hasta por el más bruto en cultura védica o similares) en sus vídeos promocionales y los que proyecta en conciertos. Musicalmente, su pretendida fusión es tan pobre como la que hace Jéniffer López con la música latina, pero, como el márketing es poderoso, su dizque propuesta pluricultural hace que esta mujer pueda ser consumida en círculos que, supuestamente, demandan creatividad. Profecía: ella no trascenderá y, así como vino, así se irá. Hasta Britney Spears mola más...

La pésima ecualización de M.I.A. me hizo salir de ahí sosteniéndome las costillas para que no se me salieran desparramadas las vísceras, por obra y gracia de unos bajos que reventaban, colocándome otra vez en el limbo para soportar al DJ inglés Scuba, que servía de relleno hasta que apareciera Aphex Twin.


Fuera de acá, poseraza...

Todos a un lado: llegó el maestro
Hay gente que no puede estar al lado de otra, porque siempre eclipsará al resto. Con ellos hay que tener cuidado, pues involuntariamente podrían dejar en ridículo a quienes tienen la mala suerte de estar a su lado. Son los llamados “harina de otro costal”, los “hijos de extraterrestres” -según algunas nuevas religiones- o parientes de Leonardo Da Vinci, como afirmaría un best seller.

Al grano: siempre he visto con una mezcla de curiosidad y de desdén las sesiones de DJ. Las posibilidades de mezclar en vivo, de crear música en tiempo real con estas herramientas sé que existen, pero siempre he sentido que me han metido gato por liebre salvo dos veces: con un DJ argentino que mezcló canciones creando otras nuevas (en una boda) y con Fuck Buttons en el Sónar de 2010. Con los DJ, también siempre me gusta colocarme en primera fila, verlos... para comprobar que casi nunca hacen nada (por lo menos en vivo).

Hasta que apareció Richard David James (Aphex Twin) en el escenario del Sónar 2011. El músico irlandés es una de mis primeras adquisiciones de música electrónica de los años noventa, cuando yo andaba muy distraído con el shoegazzing. Solo sabía que me gustaba y punto... Y ni siquiera puedo acordarme los nombres de los dos discos que en Lima me grabaron pirátamente en el edificio 'Galerías Brasil'. Luego, muchos años después y ya viviendo en Barcelona, me enteré de que el tío era algo así como el redentor de la música electrónica en los noventa, el non plus ultra, el “ya no ya”.

Ver al supuesto monstruo en primera fila era una de mis prioridades (bueno, segunda fila), y desde ahí no solo pude intuir sino escuchar que él improvisaba bajo la deliciosa receta del vértigo. Tanto así, que podría afirmar que ni él mismo sabía exáctamente qué podría pasar segundos después. Esos pequeños pasajes de incertidumbre y de confusión que él no pudo evitar (algo que es muy apreciado por quienes adoramos la improvisación sobre un escenario), dejaron como resultado una inédita obra maestra de casi una hora y media, dividida en tres secciones. Más allá de si utilizó o no bases de sus composiciones (recuerdo muy pocas), quedó claro cuán bello puede ser el caos en manos geniales. Nota aparte: sus vídeos también eran creados en vivo, pues la materia prima eran los rostros de quienes estaban en la primera fila, que se distorsionaban y fragmentaban al ritmo de la propuesta visual más interactiva en la que haya estado en un concierto.

Tengo que mencionar otro aspecto emocionante de Aphex Twin, que tiene sus orígenes en las vanguardias del siglo XX, y que cada vez se logra más con la música contemporánea: eludir las armonías y melodías para dar más peso a los sonidos “puros” (aunque todo sonido tenga una tonalidad, mediante la distorsión es posible crear ese efecto acercándose al “ruido”). Rítmicamente, la fórmula era repetitiva, sin muchas cadencias, pero compensadas por la cantidad de atmósferas, de “mundos” que el genio pudo crear para transportarnos a las realidades paralelas que las frecuencias sonoras son capaces de crear. Él, que hace de la distancia su principal atractivo, prácticamente no miró al público sino hasta el final, cuando alzó sus dos pulgares al público para agacharse a los pocos segundos y desaparecer.

Por supuesto, me invadió la felicidad de la música y la certeza de que aquel músico tocó moviendo perillas y botoncitos (él sí), y salí inmediatamente del lugar rumbo a mi cama... para que nadie me aparte del objetivo de la noche: soñar con sus paisajes aún retumbándome los tímpanos, cuales canciones de cuna para adulto

Francisco Estrada (20 de junio de 2011).

Revelan cuál es la verdadera enfermedad de Fujimori

Remedio casero.
Hasta el momento, solo se sabía, según las declaraciones de Alejandro Aguinaga, congresista reelecto y médico de cabecera del ex presidente Alberto Fujimori, que éste había perdido 15 kilos de peso.
(AGENCIAS).- Inmediatamente después de que, este domingo 5 de junio, todas las encuestas indicaran que el nuevo presidente del Perú iba a ser Ollanta Humala, el ex presidente Alberto Fujimori fue trasladado al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN). Como se sabe, la hija de éste, Keiko Fujimori, inició su carrera presidencial afirmando que liberaría a su padre de la cárcel, algo que, en el curso de la campaña, intentó no volver a mencionar.
Si bien se esperaba lo peor, como una intervención quirúrgica o un tratamiento de quimioterapia en la zona sublingual (donde el ex presidente presenta síntomas precancerígenos), al ahora preso por delitos de lesa humanidad se le ha recetado, simplemente, un juego de corchos provenientes de botellas de vino Casillero del Diablo.

“Sabemos lo incómodo que es para una persona portar permanentemente objetos extraños en el cuerpo, concretamente en el orificio anal, por lo cual decidimos proporcionarle corchos que, emocionalmente, podrían compensar, a través de la evocación de buenos recuerdos, su malestar físico”, dijo el galeno Jorge Atahualpa Smith, jefe de la Unidad de Emergencias del centro oncológico.

Al respecto, es preciso señalar que, durante el régimen de Alberto Fujimori, éste tuvo excelentes relaciones con el sector privado chileno. Desde iniciativas como concederle gratuitamente el espacio aéreo peruano a Lan Chile (otorgándole prácticamente el monopolio del mercado) hasta la célebre relación con el controvertido empresario chileno Andrónico Luksic, quien aparece en un vídeo con el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos planificando argucias legales que le permitan a aquel instalar una fábrica de fideos Luchetti en la reserva ecológica de los Pantanos de Villa. En otro vídeo, un enviado de Luksic le pide a Montesinos ordenar una “guerra sangrienta” contra el alcalde de Lima de ese entonces, el ahora fallecido Alberto Andrade, por haber éste cerrado la fábrica a punto de ser inaugurada.

Según la información a la que hemos podido tener acceso, las variedades de vino utilizadas para escoger los corchos fueron Cabernet Sauvignon, Carmenere, Malbec, Merlot, Shiraz, Pinot, Noir y Sauvignon Blanc. Cabe traer al recuerdo el histórico aprecio de los gobernantes peruanos por el buen vino, lo que ha motivado leyendas como el supuesto envío de un selecto cargamento de parte del dictador Augusto Pinochet a su homólogo, el también dictador Juan Velasco Alvarado, para convencerlo a éste de que no recupere Arica, como se rumoreaba insistentemente en el país del sur. Cierta o no esta leyenda (la reconquista de Arica), nunca se llevó a cabo.

Estoy sin photoshop... No pude pasarla a blanco y negro. Sorry...
En el mismo tenor, la prensa ha revelado cómo el actual presidente del Perú, Alan García Pérez, prefiere el vino argentino al chileno (ofreciendo pistas de qué tipo de corchos preferiría él en una situación similar a la de Alberto Fujimori), siempre y cuando las botellas se encuentren etiquetadas con su foto y la leyenda “Dr. Alan García Pérez. Presidente de la República del Perú. Malbec 2003”.

Los especialistas del hospital son optimistas con respecto al tratamiento a seguir por el ex presidente peruano Alberto Fujimori, puesto que no hay posibilidades próximas de que éste vuelva a vivir estados exacerbados en su ánimo: “Confirmada ya la derrota de su hija, Keiko Fujimori, y con los torneos locales de fútbol en receso –Casillero del Diablo auspicia al Manchester City y a la U. Católica de Chile– no hay posibilidades de que el paciente se vuelva a deprimir o excitar con los resultados deportivos de estos equipos”, comentó Atahualpa, refiriéndose a que los corchos seguirán evocándole buenos recuerdos al ex presidente.

El galeno a cargo confió ‘off the record’ a la prensa que, simplemente, Fujimori había sido víctima de la popular “bicicleta”, tal como se le denomina en el país andino a la descompensación estomacal. Esto no hace más que reafirmar la declaración del 3 de junio de Keiko Fujimori a la cadena CNN, donde ésta le dijo a la periodista colombiana Patricia Janiot que “felizmente, mi padre está bien de salud. Y yo espero que él pueda encontrar su libertad a través del proceso judicial que todavía está en marcha”.

Ver y escuchar desde el minuto 4...

Fuentes allegadas confirmaron que en la Diroes (lugar de reclusión del ex presidente) se dieron cita el domingo 5 de junio personalidades que apoyaron la candidatura de Keiko Fujimori como los ex futbolistas el ‘Puma’ Carranza y Waldir Sáenz, además de la vedette Yesabella (ésta última, famosa por haber afirmado que desvirgó al hijo de Fujimori y congresista electo, Kenji Fujimori). “Estábamos dispuestos a celebrar los resultados con el ‘flash’ electoral, pero, de pronto, cuando nos dimos cuenta, el ingeniero (Alberto Fujimori) ya no estaba en la habitación con nosotros. Lo empezamos a llamar asustados y él nos contestó desde el baño diciendo que ya salía… pero después de dos horas encerrado diciendo lo mismo nos obligó a llamar a los médicos”, relato una fuente que pidió mantenerse en el anonimato.

Esta es la segunda ocasión en que algo le arruina una fiesta a Alberto Fujimori. La primera vez ocurrió en Chile durante una celebración en un hotel de lujo, cuando después de haberse fugado al Japón en 2001, decidió volver al Perú recalando primero en el país del sur, dónde él creía tener garantizada la inmunidad (producto de sus buenas relaciones con el sector empresarial de ese país). “A menos que ocurriera algo muy inesperado, el paciente se recuperará rápidamente de su ‘bicicleta’. No olvidemos que, hasta hace solo unos días, él pudo dirigir a un ritmo febril la campaña de su hija desde su celda, revisando todo el material electoral que entraba en camiones a la Diroes”, puntualizó nuestra anónima fuente.

Francisco Estrada (Barcelona, 13 de junio de 2011)

Votar en Barcelona 2011

Parecía un mal augurio, pero se esfumó.
Desde la terraza de Miguel Rivero, en el barrio de Graçia, se aprecia buena parte de las montañas de Barcelona. En el otro extremo, aunque sea un cachito, también puede verse el mar. Ayer, estaba en su piso porque él me había invitado a desayunar para luego irnos a votar al Palau Sant Jordi. Mientras untaba de mantequilla un pan de pita, me percaté cómo se arremolinaban las nubes negras en las alturas barcelonesas. ¿Podríamos ir en moto? Parecía que una tormenta era inminente, pero en los minutos que estuvimos comiendo, nos dimos cuenta de que el sol avanzaba desde la playa como si estuviera empujando a las nubes contra los cerros, alejando así toda posibilidad de malos tiempos...

No sé por qué, pero cuando bajábamos a toda velocidad atravesando las calles de nuestro barrio (somos vecinos), me invadió una sensación que nunca antes había tenido en mi vida: la de estar a punto de hacer historia junto con millones de peruanos. He votado ya varias veces y con mucho entusiasmo, pero nunca había sentido, como en esta ocasión, que tanto se estaba jugando en mi país.

Cuando ya estábamos subiendo por la montaña de Montjuic, que se encuentra en el otro extremo de la ciudad, me iba dando cuenta de que, conforme nos acercábamos al Palau, cada vez había más gente parecida a mí. Después de bajar de la moto, nos empezamos a reír por la gran cantidad de gente comiendo (el deporte nacional). “Solo falta que se hayan traído las ollas”, me dijo Miguel. Me acerqué a un grupo de señoras cuyos cuerpos eran la perfecta alegoría de la abundancia para ver si, en efecto, tenían ollas... y sí. Estaban vendiendo escabeche de pollo, me dijeron ellas; todas rubias de bote.

La cantidad de gente vendiendo informalmente comida era increíble, superando de largo a la oferta gastronómica de la Feria de Abril que se hace en el Forum de Barcelona. Papa a la huancaína, arroz con pollo... ¡Y marcianos de fruta! Si bien hubo algunos vendedores previsores que trajeron bolsas de plástico para recibir la basura de sus comensales al paso, la mayoría no lo hizo, por lo que los alrededores del Palau Sant Jordi se transformaron en un muladar: platos y vasos de plástico usados, flyers y latas de cerveza desparramados por doquier.


Símbolo de Montjuic, por el Palau Sant Jordi
Se me ocurrió tomar una foto de una mesa de ping-pong que estaba repleta de basura, y una de las personas que estaba arrimada ahí tomando cerveza de lata Estrella me recriminó de mala manera diciendo que yo solo quería mostrar lo malo. “No entiendo nada”, le contesté, y otro de sus amigos que también estaba tumbado en la mesa me dijo: “¿Conchetumadre, no estarás grabando, no?”. Mi inicial confusión cedió a mi impaciencia, así que me acerqué a quien se había metido con mi santa madrecita y le reclamé por insultarme gratuitamente. Y como le vi la cara de miedo al acercármele hasta casi darle un cabezazo, me animé a decirle “eres un pobre borracho”. Cuando me di la vuelta y empecé a alejarme, escuché que me gritó “huevón”.

Seguí caminando con Miguel a aquel santuario donde he visto a Depeche Mode y The Cure, entre otros grupos amados, reconociendo aquellas falditas picaronas y jeans ajustados a lo “Gamarra Style”. Su equivalente ibérico, el “Zara Style” brillaba por su ausencia. En el camino, me encontré con Nilton Torres, periodista de La República, lo que me reconfortó e hizo olvidar el bochornoso incidente que estuve a punto de protagonizar: una pelea en medio de la basura.

En mi mesa de votación, estaba el mismo presidente de la primera vuelta: aquel cuya esposa ahora está en la cárcel y que yo denuncié periodísticamente por estafadora. No sé si su marido me odia o me ama por eso... O tal vez no me ha reconocido nunca. Después de votar por Ollanta, repartimos flyers del bar Malverde con Miguel. Un señor que vendía las aromáticas hojas de huacatay me derretía de placer cada vez que pasaba por mi lado: su bolsa olía demasiado bien.

Por un momento, olvidé que estaba enfermo del estómago y pedí unos chicharrones con mote y salsita criolla. Me curé. Gocé tanto, se contentó tanto mi panza, que hasta se curó. A todo esto, supongo que mi estómago ha estado protestando estas semanas por las horrorosas pizzas del Caprabo. En el Palau también me encontré con Rafael Drinot, ex periodista de la BBC. Nos habíamos visto antes, el jueves, en una miniprotesta contra el fujimorismo frente al Consulado Peruano de Barcelona.

Adew, Palau...
De regreso a casa (Miguel vive a una calle de mi piso), nos detuvimos en un restaurante peruano donde lo único bueno es el pollo a la brasa. Los demás platos son abominables, tanto así que, en su momento, a pesar de que ahí podía a veces comer gratis, prefería mil veces la comida de la asistencia social rodeado de drogadictos, perroflautas y demás fauna maloliente que conocí en mi época de vacas flacas (cuando me quedé sin papeles).

Volviendo al restaurante malazo, ahí me encontré con el Dr. Ochoa, abogado peruano. Lo invité al bar. Y el dueño del local, un aprista recalcitrante, al verme, me preguntó si yo había votado por Keiko (¿por quién más podría preguntar un aprista?). “No soy narco”, le respondí. Miguel me dijo que, inclusive, vio propaganda de Keiko en el mostrador del lugar. Nada que hacer, todo encaja en esta vida.

Luego de mi siesta ibérica, bajé al barrio del Raval para abrir el bar, y, casi al instante, entraron cinco amigos peruanos. A uno de ellos no lo conocía, pero los demás eran Renato Gómez (Serpentina Satélite), Miguel Salcedo y 'Roseandroll' Cabrera. Ésta última me dijo que habían venido para participar de un suicidio colectivo por las elecciones... y casi que lo logramos, porque mientras esperábamos el 'flash' electoral, ellos lograron tomar varios mojitos y yo muchas cañitas (el primer reporte electoral lo recibiríamos recién a las 11 p.m.). Claro, es que mientras conversábamos de política, fútbol (Roberto Chale) y música, el tiempo se nos fue volando. Por un momento les puse rock cutre peruano (Río, Micky González, Jotache, etc.), lo que le dio un toque especial a la tarde... Bueno, quiero aquí hacer una precisión: las horribles canciones de Micky, gracias a unos arreglos bien rockeros incorporados últimamente, suenan hoy por hoy mucho mejor.

Para cuando llegó el 'flash', justo me llamó una amiga rusa que conocí el día de mi cumpleaños y con quien hice conexión inmediata. Así que ella escuchó cuando empezamos a gritar de la emoción con mis amigos y hacer la ronda gritando “Perú-Perú-Perú” o “Campiones, campiones, oe, oe, oe...”. Saqué dos botellas de cava y nos las pulimos al instante al son de Know Your Rights, de The Clash. Sin embargo, en medio de la euforia, Renato tuvo un arrebato racional y se quedó estático: “Tengo preocupación... ¿Y si el tío la caga?”. Dejamos de saltar... empezamos a sacar argumentos para convencernos de que es muy difícil que el comandante la cague. Y fue ahí que me salió una de esas frases de borracho: “La vida es una continua derrota, y por eso nos merecemos celebrar de vez en cuando”. En fin, al menos sirvió para que sigamos saltando y brindando por el Perú.


Malos recuerdos que quisieron cobrar actualidad.
Cuando se despidieron mis colegas, entró una tropa de 35 turistas, por lo que Renato se ofreció a ayudarme destapando cervezas y cobrándolas. Cuando se fueron, cometimos el error de tomarnos dos shots de pisco Demonio de los Andes... De ahí nos fuimos destrozados al bar Manchester, pues uno de sus dueños, el empresario chileno Ariel G., me había felicitado a través del chat del Facebook por el triunfo de Humala. Quien también me felicitó con un mensajito al móvil fue la pintora catalana Fina Olivart, que ahora expone en mi bar.

Cuando Renato y yo nos separamos, estábamos en Las Ramblas, y de lo mareado que estaba yo por el pisco, le pedí a un paquistaní una cerveza Estrella (a pesar de que me sabe horrible). Subí al nitbus y, cuando bajé, me puse a caminar por la calle Escorial hacia mi casa. Aproveché para ver en mi móvil los resultados parciales oficiales de la elección y se me pegó un tío de acá, de alguna parte de España. No sé qué me decía y yo le respondía casi sin mirarlo... hasta que me sacó un cuchillo. Fue una situación muy extraña, porque, más que miedo, sentí indignación y le reclame agarrándolo de los hombros: “¿Por qué me hiciste eso? ¿Por qué me mostraste un cuchillo? ¿Acaso no sabes que también soy una persona como tú?”.

Lo más raro vino justo después, porque él empezó a taparse los oídos, a decirme que no le haga daño diciéndole esas cosas y a alejarse de mí. “Yo solo hinco en el culo a los hijosdeputa, nunca en el pecho”, alcanzó a decirme a modo de disculpa. No me quedé contento con ello, porque como mi país acababa de decirle que no a una mafia poderosísima que manipuló muchos medios de comunicación, eso me generó la sensación de que yo era capaz de poder servirle a alguien de ayuda. “¿Dónde te puedo encontrar?”, le pregunté. “En la plaza Rius i Taulet, en el Equinox”, me contestó cuando ya estaba a varios metros de distancia. Le lancé un beso volado. Él me lanzó otro mientras se alejaba.


Al final, hizo buen día.
Francisco Estrada (Barcelona, 6 de junio de 2011)