La crisis y Star Wars

Costo de la Estrella de la Muerte: $852.000.000.000.000, 
el equivalente a 13.000 veces el PBI del mundo (Universidad de Leghih).
Últimamente, se escribe mucho sobre la 'fatídica' etapa Reagan-Thatcher, donde, al parecer, se gestaron todos nuestros males; aquellos que al día de hoy han puesto en jaque al sistema capitalista tal como lo conocemos. Sin embargo, cada uno de los textos y documentales sobre el tema que han llegado a mis manos tratan a sus protagonistas como seres ideologizados hasta un extremo deshumanizante. Es decir, sin voluntad propia y simplemente aceptando paradigmas así por que sí.

Creo que el extremismo o el fanatismo, con respecto a cualquier religión o ideología, deshumaniza y acerca a las personas, como especie, a las vacas. Y tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher no me parecen precisamente los mejores ejemplos bovinos sino todo lo contrario: ellos más bien se asemejan a pastores capaces de conducir inmensos rebaños. Al respecto, la historia está repleta de situaciones en que, cuando los líderes 'extremistas' encontraban que sus principios eran un estorbo para sus fines inmediatos, pues los cambiaban o 'interpretaban'.

¿Pero por qué tanto el 'cowboy' como la fría dama inglesa, en teoría, sentaron las bases para el colapso actual? ¿No intuían el monstruo que estaban engendrando? Creo firmemente que, por lo menos del lado de Reagan, éste pertenecía a aquella casta en extinción de líderes que amaban a sus países. ¿Entonces, qué pasó?

Reagan, el hombre bueno
El ex actor de Hollywood, en sus años mozos, no tuvo reparos en señalar con el dedo a sus colegas de profesión en la famosa cacería de brujas que durante el macartismo se llevó contra quienes fueran sospechosos de ser comunistas. Para personas vulgares y silvestres, de espíritu campesino como Ronald Reagan, 'comunista' era sinónimo de 'malvado'. Y convencido o no de aquello, fue lo que repitió hasta que se retractó en 1988 en la Plaza Roja de Moscú, invitado por su par Mijaíl Gorvachov (antes, Reagan utilizaba todos los sinónimos posibles para equiparar a la Unión Soviética con Satanás, pero cuando tuvo la oportunidad de negociar con el supuesto reino de las tinieblas, no lo dudó un solo instante).

El Reagan presidente, cuando llegó al poder en 1980, tenía a la antagónica superpotencia, la U.R.S.S., en una situación ambigua: los 'rojos' poseían el ejército más letal del planeta, pero con una galopante pobreza entre sus habitantes, para quienes ya se estaba haciendo dificultoso el simple hecho de conseguir comida. Ronald Reagan y todos los políticos estadounidenses sabían que el imperio soviético terminaría haciendo agua de alguna manera.

El equilibrio estratégico era, literalmente, una bomba de tiempo.
Mijaíl Gorvachov, visto por la historia oficial como un hombre de espíritu abierto a los cambios, más que ello, no tenía más opciones que buscar alternativas para intentar sacar a flote a la superpotencia que dirigía. Su primer objetivo se caía de maduro: reducir el presupuesto militar. La población soviética veía peligrar sus necesidades básicas, y cuando el estómago suena, la revolución empieza el repicar de campanas.

Las cartas estaban echadas sobre la mesa cuando ambos líderes se reunieron entre 1985 y 1988. En el caso de Estados Unidos, éste poseía un 'as' bajo la manga que colocaba a la U.R.S.S. muy por debajo en las negociaciones: la Guerra de las Galaxias de Reagan. Aquel programa militar que desangraba el presupuesto estadounidense fue la estocada final para los soviéticos.

Decía Leslie H. Gelb, ayudante del secretario de Estado de EE.UU., que cuando se reunió a inicios de los años ochenta con Nikolai Ogarkovjefe del Alto Estado Mayor soviético, que los comunistas estaban impresionados con que, en EE.UU., un niño de tres años ya estaba maniobrando ordenadores mientras a un soldado ruso adulto había que adiestrarlo durante años para que medianamente supiera manejarlos. Ronald Reagan fue capaz de llevar la Guerra Fría en un nivel donde la tecnología informática y espacial empezaron a cobrar un protagonismo que, definitivamente, la U.R.S.S. no podía equiparar ni de lejos. Ello, por una cuestión de presupuesto, básicamente.

Los esfuerzos desesperados con que Gorvachov intentó que Reagan desistiera de su plan espacial siempre cayeron en saco roto, pues el estadounidense sabía que esa era la razón por la cual el soviético estaba en inferioridad de condiciones para negociar con él, más allá de aspirar o no a la paz mundial. A la sazón, Margaret Thatcher, que se oponía a la Guerra de las Galaxias (presuntamente porque era una firme defensora del equilibrio estratégico nuclear según se comentaba en la época, aunque ahora más creamos que haya sido porque no quería ver caer en la ruina a su principal aliado), cambió rápidamente de parecer cuando el consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., Robert McFarlane, le aseguró a inicios de los años ochenta que EE.UU. subcontraría decenas de empresas británicas para la gran batalla de las estrellas, invirtiendo miles de millones de dólares. 

Deuda estadounidense: observar el quiebre de 1980 (en rojo), 
cuando Ronald Reagan llegó al poder.

Es decir, en caso la Dama de Hierro haya sido, como se decía, una acólita del armamento nuclear, no tuvo reparos en redirigir sus creencias por cuestiones económicas. Según algunos economistas visionarios de la época (keynesianos o no), esta Guerra de las Galaxias podía llevar a EE.UU. hacia un camino sin retorno, pues la única manera de financiarla era ampliando desmesuradamente el techo de deuda del país, con todas las medidas colaterales que ello implicaba desde las teorías de Milton Friedman.

Sí, Ronald Reagan logró su objetivo: destruyó la U.R.S.S., pero falta saber si esa destrucción iniciada hace treinta años en Europa del Este y ahora totalmente extendida en Europa Occidental y en el mismo territorio norteamericano puede terminar consumándose en los próximos años como un búmeran. El poder que hoy tienen los grandes banqueros y especuladores es infinitamente mayor del que poseían a principios de los años ochenta (de hecho, las políticas que los beneficiarían tardaron mucho tiempo en poder ejecutarse hasta encontrar el contexto adecuado).Y no sé si es impresión mía, pero creo que políticos como Barak Obama saben qué se debe hacer en estos momentos, pero a la vez se sienten atados de manos (a diferencia de otros como Mariano Rajoy, cuyos espíritus no son de líderes sino de diligentes empleados). 

¿Se podrá dar marcha atrás? ¿Ya es demasiado tarde? Las actuales desregulaciones bancarias, bajos impuestos a las grandes fortunas, deudas astronómicas y demás herramientas se asemejan a las extremidades de una gran bestia de siete cabezas desesperada; arrojando llamaradas y golpeando a todo lo que se le pone enfrente. ¿Será ello suficiente para que la bestia sobreviva? Ya no hay una Unión Soviética a la cual enfrentarse con una 'Star Wars'. ¿Qué será lo siguiente para seguir justificando medidas que ya han demostrado su fracaso en la práctica? Los más avezados hablan de una invasión extraterrestre; otros, de una guerra más; el resto, de más represión por parte de las fuerzas de los estados. Veremos. 

Francisco Estrada. Barcelona, 29 de febrero de 2012. 

Megaupload, el boxeo y el arte

Has anybody seen my baby?
Desde hace poco antes del cierre de Megaupload y el consiguiente deterioro de Cuevana, no he tenido más remedio que recurrir a Youtube en aquellos momentos que la lectura profunda me es imposible: después de comer o antes de ir a dormir de noche. Ver alguna película buena, regular o mala era mi anterior opción en aquellos casos.

¿Y qué se me ocurrió que podía ver sin que me importara mucho la calidad de la imagen? Peleas de boxeo. Ahora estoy explorando las grandes batallas de la década de los noventa, y me impresiona todo lo espectacular que había dejado de lado por haberme dedicado a otras actividades.

Mientras veo esas imágenes de guantes y sudor, la verdad es que la paso bien. La única vez que me puse mal fue cuando vi al californiano Óscar de la Hoya maltratando al boxeador español Javier Castillejo. Un quillo total el madrileño, ¡pero le agarré estima por el simple hecho de ser español!

Regreso: la paso bien con todo lo cuestionable que pueda ser este “deporte”. Entrecomillo esta palabra porque el boxeo, justamente por su alto nivel de violencia, está más cerca del ritual en su faceta de sacrificio humano, que de la definición moderna de esta palabra: es decir, la actividad física que, de una u otra forma, comporta beneficios para la salud (las asociaciones médicas de Estados Unidos, Reino Unido y Australia, entre otras, claman por su prohibición).

¿Pero por qué la paso bien observando peleas? Porque me divierte, básicamente. Este goce, no solo en mi caso sino de manera más popular de lo que pueda creerse, está anclado en una experiencia estética. El ojo educado del fanático al boxeo puede percibir infinidad de detalles que van más allá del simple 'golpe y nocáut'. El desplazamiento de los cuerpos en el ring, el trabajo que se hace con los pies, los movimientos de torso y cuello alcanzan tintes ya no solo estéticos sino dramáticos, al exponerse muchas veces la salud y hasta la vida, según qué combates.

Luego, poder apreciar la estrategia a largo plazo del peleador para plantear los encuentros y, además, cómo sale éste de los problemas imprevistos (esa inteligencia que algunos neurólogos contemporáneos, a pesar de ocurrir en fracciones de segundo, califican como pensamiento y no como instinto), generan una especie de identificación en el observador cuando es reconocida. Y, claro, hay morbo, pero como es esto de lo que más se habla o lee en contra del boxeo, lo dejo de lado para no repetir lo escrito mil veces (por lo menos, más que su defensa). 

¿Pero y cuál es la principal diferencia entre películas y boxeo? ¿La carga ritual, el nivel de realidad o el morbo? Sí a todo ello, pero para mí hay algo más importante: una vez que acabo de ver una película, ésta me deja algo. La película no se acaba ahí nomás sino que sus efectos en mi cerebro han generado nuevos espacios de pensamiento. Nuevas vías que me conducen luego a otros mundos, situaciones que antes no me había planteado y que fueron estimuladas por el cine. Esto, en un plano muy narrativo (lo mismo me sucede con la literatura), pero también puede aplicarse en las artes o propuestas que tienen en el gesto o el abstraccionismo su punto de partida. 



Christoph Eschenbach.
Vamos al ejemplo más universal: el de la música. El pintor Wassily Kandinsky, en su libro De los espiritual en el arte (1911), puso como ejemplo supremo a la música, el primer arte que, según él, había alcanzado la abstracción, pues cuando el ser humano utilizó por primera vez únicamente el espectro de notas, se desmarcó por completo de la representación de la naturaleza. Según él, la pintura de su tiempo tenía la misión de explorar en esa dirección.

Siguiendo con el ejemplo de la música, ¿cómo quedarse con 'algo' de ella una vez que ésta deja de sonar? ¿Qué nuevos horizontes puede abrir en el pensamiento cuando no hay un texto que la acompañe y pueda así conducir hacia otras dimensiones a través del lenguaje? Se podría decir que, en el inconsciente, ésta deja causes nuevos en el cerebro que van más allá del simple goce inmediato. 

Y si bien numerosos estudios y experiencias atribuyen propiedades curativas a la música (lo que significaría que, en efecto, el inconsciente percibe y construye en el cerebro nuevas vías), creo que estos experimentos también podrían arrojar resultados terapéuticos para quienes se exponen habitualmente a partidos de fútbol (¿cuántas depresiones, cuando no suicidios o actitudes violentas son sublimadas frente a un césped verde por la gente que pretende ser de bien?).

Debido a ello, el asunto estaría más supeditado a un nivel de instrucción del receptor, lo cual facilitaría generar las 'nuevas vías' que las artes más gestuales y alejadas del contenido podrían producir en la mente. En el caso de la música, haría falta un mínimo conocimiento de teoría musical. Ser sorprendido por una síncopa, desentrañar el misterio que hay entre un acorde previo y uno siguiente, y reflexionar sobre ello es análogo a la capacidad de apreciar un trazo inusual que, tanto en la música como en la pintura, están supeditados no solo a la posesión de un marco teórico sino al conocimiento de la historia de esa disciplina (historia que luego genera una narrativa así se trate de una coreografía de Merce Cunningham). 

Y todo ello sin mencionar elementos como la combinación de ritmos, géneros o aplicación de nuevas tecnologías. Creo que un artista plástico me entendería si éste recordara la sensación que se llevó a la cama después de ver 'esa' exposición; lo mismo un bailarín después de ver 'aquella' función o músico conmocionado después de 'ese' concierto.

Visto así, el boxeo, en un plano estético e histórico, podría ser apreciado como cualquiera de estas artes más gestuales... pero la realidad es que todas estas posibilidades estéticas en éste y otros deportes siempre me llevan hacia un callejón sin salida. Es decir, puedo gozarlos en el momento, pero luego me dejan un vacío. ¿Por qué? Puede que todo ello se deba a una especie de moral artificial que considera a las artes como algo superior al deporte, lo cual sería el origen de mi desazón, pero si no fuera así, si en realidad el arte tuviera algo más que el deporte no posee, creo poder enumerar algunos motivos para creer en esta segunda opción. 



No es un artista, pero...
Si bien respeto y amo el deporte, a diferencia de las artes, no puedo encontrar en él los gérmenes que inciten a nuevas vías de pensamiento que, por alguna razón, las pueda relacionar con los grandes movimientos históricos. La simple ejecución del deporte es prácticamente una roca inmune a los acontecimientos sociales, pues su forma, a nivel individual, no depende del devenir histórico ni representa épocas. El ejemplo más notorio son los cien metros planos, donde los atletas prácticamente hacen lo mismo que hace cincuenta años. Cambia la tecnología (drogas, vestuario) y los registros, pero el cuerpo se sigue moviendo igual.

El deporte no abre nuevas vías de pensamiento que puedan ser relacionadas con lo colectivo o histórico (gritar “gol” está demostrado que no hace a una nación, por ejemplo). Al contrario, muchas veces, esa cualidad hierática del deporte es usada para dejar las cosas tal cual están, aunque de ello tampoco se escapa la música según los usos de cada quién... pero, claro, hay música más proclive que otra hacia esos fines.

¿Una excepción en el deporte? Sí la hay: Muhammad Ali, ferviente activista político que hizo del mundo entero un ring de boxeo (no por algo es considerado el más grande atleta del siglo XX). Con su estilo, Ali rompió los moldes ortodoxos del boxeo, en el mismo momento que en la sociedad estadounidense se rompían moldes en los años sesenta. Muhammad solo hay uno, pero directores de cine con radares que capten las señales de los tiempos y las plasmen en sus obras, los hay muchos.

Por ello, necesito urgentemente volver a ver algo de cine, y dejar mis contemplaciones deportivas para los fines de semana. Si ello no ocurriera pronto, siento que terminaría volviéndome una estatua de sal... A todo esto, y con ánimo puramente autodestructivo con respecto a todo lo que he escrito: ¿Serán los estrategas como Guardiola o Bilardo, por citar solo un par, comparables a los directores de cine? ¿Representarán sus planteamientos en el campo los procesos históricos que vivimos? Pido tiempo...

Francisco Estrada. Barcelona, 13 de febrero de 2012.

Travelo por una noche

Johnny Depp, en Antes que anochezca, esperando a Javier Bardem.

La primera vez que vi hombres vestidos de mujer fue a finales de los años setenta o inicios de los ochenta, cuando mis padres me llevaban de noche a comer anticuchos a los chiringuitos de la Costa Verde, en Lima. Todos los camareros que atendían en esos restaurantes eran travestis. Era una moda de los lugares de la época.

Los recuerdo saltando como locos, con los pantalones bien ajustados y agitando pancartas para llamar la atención de los ocupantes de los automóviles que pasaban por la carretera de la Costanera, y así poder ofrecer sus servicios de hostelería al coche (aquellos resturantes estaban al borde de la carretera, donde los vehículos se estacionaban orillándose, y la comida era llevada al automóvil). Todos los travestis tenían el pelo largo e inevitablemente castaño (el tinte preferido de las mestizas peruanas, en este caso usado por hombres).

También recuerdo a mi padre haciendo comentarios jocosos y a mi madre celebrándoselos; riéndose. Yo estaba en el asiento de atrás con mi hermana, quien aún era muy bebita (pero igual comía rico, por supuesto). Yo tendría alrededor de cinco años, pero nunca me sentí contrariado o confundido porque mis padres de alguna forma me llevaran a ver travestis y hasta llegué a pensar que los personajes en cuestión eran payasos, actores o algo así, porque los tíos eran muy disforzados y parecían aceptar de buena gana las risas de sus clientes. 


Ahora sé que todo era un cachondeo, que no eran payasos sino travestis de verdad, y que la muy hipócrita y machista sociedad limeña había decidido tolerar a estos chicos en ese reducido espacio al lado de las olas del mar. Recuerdo que ellos, con cariño, cuando me alcanzaban el plato con papas sancochadas y anticuchos, me decían “toma, papito”.


Inspirador Gael García en La mala educación.
No sé cómo es que los tíos vestidos de mujer desaparecieron de esa zona de Lima: si fue porque se acabó la moda o porque apareció un alcalde represor a quien le inquietaban mucho los travestis. El asunto es que, desde aquella época hasta ahora, poco he sabido del asunto salvo la normal exposición que sobre el tema se daba en la televisión peruana (algo que, por ejemplo, nunca he visto en la televisión colombiana de los años ochenta y noventa). 

Los travestis prostituyéndose de la Av. Arequipa, del Zanjón con Javier Prado, de calles oscuras de la Av. La Marina o de abajo del Puente Atocongo son parte del folclor limeño y con fama de muy recios: se decía que podían robarte si te les acercabas. Y es que el ambiente en el que se movían era muy hostil para ellos, no solo porque a veces se han organizado grupos para violarlos o hasta matarlos, sino también porque no fueron pocas las veces que he escuchado a la gente gritarles insultos desde los autos o, incluso, a amigos míos haciéndolo desde el coche en el que nos transportábamos. ¿Para qué? Supongo que sentían la imperiosa necesidad de marcar una distancia, aunque sea lingüística, con estos chicos de vestidos ajustados, tetas descomunales y anchas espaldas.

Después de 31 años
Este fin de semana, se llevó a cabo un espectáculo burlesque en mi bar, el Malverde, con dos bailarinas preciosas (Riikka y Silvia) y un apuesto bailarín (Ezequiel). Inicialmente, yo me iba a encargar de solo cobrar en la entrada, pero los bailarines pensaron que, para darle un ambiente más burlesque al bar, yo tendría que disfrazarme de mujer. A mí, el asunto no me emocionó ni para bien ni para mal: era parte del show y listo. Es más, me parece muy machista que se arme un escándalo porque un hombre use prendas femeninas (¿porque son vejatorias para él?), pero no así cuando
son las mujeres quienes portan prendas masculinas. Por eso, a pesar de que no debía haberme sorprendido, igual me chocaba cuando alguien se enteraba de que me iba poner ropa de mujer y empezaba a hacer un miniescándalo por ello.

Un clásico: Dustin Hoffman.
Hace muchos años, intenté infructuosamente durante un largo periodo ser un bailarín profesional de danza moderna, así que sé muy bien de qué va el asunto de las tablas. Vestirme de mujer es como si me hubieran dicho que me disfrazara de Barney o algo así, porque el verdadero reto, llegado el caso, sería pasear vestido de mujer por la calle en espacios donde sea transgresor hacerlo. Yo, en cambio, iba a estar en la puerta de un bar cobrando la entrada a gente que más o menos sabía qué era un show burlesque.

Las sorpresas, para mí, recién empezaron a sucederse cuando mi compañera de piso se enteró del asunto y, para reírse un poco de mí, me llevó a su cuarto a ponerme sus medias, portaligas, bragas, sujetadores y demás parafernalia. Por un momento mientras me travestía, pensé que al verme de ese manera en el espejo, iba a sentirme algo así como "vulnerable" o penetrable”... pero aquello no sucedió. Al contrario, percibía que estaba más provocativo que nunca para una mujer (puede que sea una chorrada, pero eso fue lo que sentí). 


Se me vienen ahora a la memoria las declaraciones del actor Gael García, cuando estaba preparando su personaje Zahara, para la película La mala educación (2004), de Pedro Almodóvar. Como sus apreciaciones me parecieron curiosas, las usaré ahora para hacer un contrapunto con las mías (en caso mis comentarios no sean tan interesantes, este recurso me permitirá ser lo menos aburrido posible). Es que él es una estrella, y yo no...

Gael: Legué a una discoteca vestido de mujer y fue muy divertido. Ahí me di cuenta del poder que tienen las mujeres sobre los hombres.
Yo: Fui a mi bar, no a una discoteca cualquiera, así que no necesité estar rodeado de amigos que me 'protegieran' en territorio hostil. En ningún momento fui consciente de mi poder, a pesar de haberlo ejercido: yo decidía con quién conversar y podía obligar a que la otra parte iniciara el diálogo conmigo.

Gael: Fue una experiencia liberadora. Y como actor es una oportunidad excepcional.
Yo: No entiendo muy bien aquello de "experiencia liberadora", así que no puedo opinar al respecto. Más bien, canallamente, sentí que podía ligar más fácil con las chicas. En un momento, estaba rodeado de mujeres, quienes al verme con el uniforme del sexo 'débil', creo que se sintieron lo suficientemente seguras como para abordarme y lanzarme preguntas y frases que, si yo hubiera estado vestido de hombre, definitivamente lo hubiera interpretado como un intento por ligarme.


"No me avergüenzo de vestir 'como una mujer' 
porque no pienso que sea vergonzoso ser una mujer".
Gael: Fue curioso verme vestido y actuar como mujer. No sé si me gusté a mí mismo porque la verdad es que me veía muy parecido a mi madre.
Yo: Para mí también fue muy curioso, aunque no pude actuar como mujer porque no me planteé crear un personaje sino simplemente vestirme con ropa femenina. En cambio, yo sí me gusté a mí mismo; creo que soy más guapa que guapo. Para sorpresa mía, tengo bonito culo. Una mujer me preguntó si yo ligaba mucho vestido de hombre, teniendo en cuenta el 'tipazo' que tenía. Yo no sabía que, en jerga española, 'tipazo' era 'buen cuerpo', pero igual le contesté que yo no ligo, que soy muy tímido y espero a que me den 'permiso' con la mirada o algo así para acercarme. Me pareció que algunas lo interpretaron como soberbia de mi parte...


Gael: Mi transformación en mujer fue muy demandante y trabajé mucho. Tres meses antes de empezar a filmar tuve que ponerme a trabajar en Zahara. Me puse a mirar en detalle a cada mujer con la que me cruzaba. Especialmente las manos, creo que ahí está el secreto. Trabajé con un entrenador que me enseñó cómo caminar porque el estilo de Zahara es bastante exagerado.
Yo: Estuve apenas una hora probándome prendas y otra más en sesión de maquillaje con Marianna, que es una profesional en el tema. Me criticaron mucho la forma en que caminé, pues lo hacía con las piernas separadas.

Gael: Lo más complicado: las cuatro horas de maquillaje y esas tangas que usan. No sé como soportan algo así.
Yo: Antes, no entendía cómo a las mujeres no les entraba un viento por el culo y las resfriaba, teniendo en cuenta de que usan 'esas' tangas; pero ahora sé que el frío es subjetivo (pregúntenle a un loco de la calle) y que si eres el centro de atracción y te están mirando, ¡pues no sientes frío!

Esa noche del burlesque, me estaba sintiendo orgulloso y la estrella de la noche por estar tan guapa, pero todo ello se hizo humo cuando Rikka y Silvia entraron a bailar, quienes son unas bailarinas que, aparte de hacerlo muy bien, son bellísimos ejemplares del sexo femenino... Me hicieron sentir tan fea, barrigona y tosca... ¡Qué jodido había sido ser mujer! Brujas...


Francisco Estrada. Barcelona, 6 de febrero de 2012

Luego de 200 años, la Corona reclama su “botín”... ¡Y se lo dan!

España se lleva el fabuloso tesoro rescatado por Odyssey

Esclavisando a los nativos, el invasor extraía los metales preciosos.


Según la Real Academia de la Lengua, y el contexto en el que se usa, la palabra “botín” significa “beneficio que se obtiene de un robo, atraco o estafa”. No por algo, en un artículo de Intereconomía se refieren así al tesoro del galeón Nuestra Señora de las Mercedes, hundido en costas españolas por una embarcación británica en 1804 (peculiar y delatora forma de sustantivar al tesoro por parte del medio en cuestión, a pesar de tener una línea editorial muchas veces calificada como conservadora, por no decir oscurantista o fascista... o, vamos, monárquica).

La embarcación provenía del Perú y, previa escala en Montevideo, se dirigía hacia Cádiz. Ese era uno de los tantos cargamentos que, desde el otrora Tawantinsuyo, se destinaba a España, con los cuales se podían comprar en la península los productos manufacturados en el norte de Europa. Los cálculos sobre la cantidad de metal precioso extraído durante los casi 300 años de invasión española van desde las cifras exorbitantes hasta las irrisorias (según los intereses históricos de cada quien).

Lo que sí podemos saber a ciencia cierta es cuánto había en un sólo galeón, el de Nuestra Señora de las Mercedes: 17 toneladas de oro y plata valoradas en 500 millones de dólares o 378 millones de euros. Si suponemos que, durante la colonia, apenas un barquito como estos zarpaba una vez al año (solo una vez), tenemos la cifra aproximada de 100.000 millones de dólares sacados sólo desde el Perú... Pero esta última cifra es apenas una especulación, ¿no?


Así salían los barcos españoles del puerto peruano del Callao.
Con respecto al galeón en cuestión, tenemos certeza total del cargamento porque se trata del caso más sonado, hasta la fecha, de un tesoro rescatado de las profundidades del mar. Hace dos días, el martes, el litigio entre el Gobierno español y la empresa Odyssey (que rescató el botín del fondo del mar) llegó a su fin, siendo favorable el fallo de los jueces estadounidenses hacia los intereses españoles. La disputa lleva ya casi cuatro años desde 2007, fecha en la que se supo del fabuloso rescate ultramarino (el más grande y valioso jamás encontrado). Cabe destacar que Odyssey presentó todos los recursos posibles, alargando el juicio hasta las últimas instancias, pues era más lo que podía ganar que perder.
 

Luego de la victoria española en los tribunales, los organismos oficiales del Gobierno se están repartiendo generosamente los créditos (el embajador español en Estados Unidos y los ministerios de Cultura, Defensa y Exteriores). Es decir, todos ellos, más la complaciente nota del diario El País, se felicitan de que el pillaje, interrumpido hace docientos años, pueda haber terminado de ejecutarse. ¡Felicitaciones!

¿Y el Perú qué?
El mismo año 2007,
en un editorial del New York Times, se sustentaba que el Perú también tenía derecho a reclamar ese tesoro sobre la base de premisas morales: "Los incas no dieron oro y plata por propia voluntad a los invasores españoles. España lo tomó por la fuerza". Y cabe agregar: sin salario ni derechos fundamentales, llevando a la muerte a muchos de quienes trabajaron bajo ese estado. En 1532, en el Perú habían 15 millones de habitantes; en 1620, solo 600 mil. Si bien esto se atribuye principalmente a las epidemias traídas de Europa, los historiadores coinciden indicando que estas enfermedades fueron mucho más mortíferas por las pésimas condiciones de vida de los indígenas, siendo los abusos laborales uno de los más grandes potenciadoras del genocidio.

Lo que de verdad representa el tesoro del Odyssey.
En aquel año 2007, tuve la oportunidad de hablar, desde Barcelona, con funcionarios del Instituto Nacional de Cultura del Perú, que me afirmaron que el país andino tomaría cartas en el asunto. Por su parte, la historiadora peruana Mariana Mould de Pease (quien fue la principal promotora de que las piezas de Machu Picchu extraídas del Perú por Hiram Bingham hace casi un siglo fueran devueltas desde una reticente Universidad de Yale) señalaba que el derecho internacional, como la Carta Internacional para la Protección y la Gestión del Patrimonio Cultural Subacuático, podía ser invocado a favor del Perú.

Odyssey ha advertido que el caso aún no está concluido. Todavía puede presentar un último recursillo que todos los expertos legales consideran que es una pérdida de tiempo. ¿O será que ellos están advirtiendo que el Gobierno peruano se ha ahorrado la pasta de meterse en un doble juicio y que ahora litigará contra España? Ojalá, porque de tratarse de una estrategia, ésta sería digna de elogio. Pero si de lo que se trata es de inclinar la humillada cerviz como en tiempos coloniales, quedaría demostrado por enésima vez que la gestión de Ollanta Humala nunca tuvo la intención de defender los valores que supuestamente representaba.

Francisco Estrada. Barcelona, 2 de febrero de 2012.