La dimensión del sonido en Israel Galván


El hombre que puede simular un sintetizador con sus pies en una noche de verano.
Considerado por la crítica especializada como un bailarín fundamental de la danza contemporánea, los irreverentes movimientos del sevillano no dejan espacio para el término medio en el espectador que, estupefacto, no atina a si debe odiarlo o adorarlo. Sin embargo, más allá de la subjetividad, está su depurada técnica del movimiento, que, al estar umbilicalmente relacionada con el flamenco (el taconeo), explora una dimensión inédita en la historia de la danza: la experimentación con las frecuencias de sonido.

Se dice que, una vez se logra la precisión con un instrumento musical, el último peldaño a superar hacia la perfección técnica es controlar la intensidad del sonido (su volumen). Ahí está gran parte del secreto para no terminar ofreciendo a los brazos de Morfeo a un público. Lo mismo sucede a nivel grupal con las orquestas. Y el fenómeno también actúa sobre los oradores: un discurso sin altibajos en la intensidad es el abono perfecto para que los ronquidos empiecen a florecer, por más interesante que sea el tema tratado para los presentes.

Sin embargo, hay un aspecto más allá de la intensidad para manipular en un instrumento musical: el timbre. Es decir, no se trata únicamente de aprender a ejecutar un sonido 'puro' sino de conseguir otros más. En estos tiempos, es un error común del aficionado creer que solo los sintetizadores electrónicos pueden explorar la dimensión tímbrica. Y si bien un músico profesional sabe de ello, últimamente, los adelantos tecnológicos han terminado eclipsando, entre los profanos, las infinitas posibilidades sonoras de los instrumentos tradicionales.

Mi primera experiencia al respecto fue en 1999 en Lima con el Trío Gótico, de Galicia, agrupación cultora de la guitarra clásica española (que no es lo mismo que el flamenco). Lo impresionante con ellos era constatar que no necesitaban pedaleras para explorar sonoridades. Por supuesto que, al ejecutar ellos piezas de guitarra clásica, no estoy refiriéndome a que distorsionaran el sonido, pero sí a otras cualidades que podían controlarse desde la guitarra acústica (como eliminar frecuencias graves o altas, simular 'reverbs', 'chorus' o hasta 'delays'). Ante aquella epifanía sónica, no tuve más remedio que acercármeles, y con satisfacción de su parte, el director del grupo, el gallego Ignacio López, me confirmó que esa era una de sus grandes preocupaciones: producir timbres con sus guitarras acústicas. Al respecto, la anécdota mayor es que esta característica fundamental del grupo no estaba reseñada en la programación ni en nota periodística alguna de la época.

Efectos más radicales (como la distorsión) pueden lograrse también en la guitarra acústica con artilugios tales como pedazos de papel, clips o ganchos de ropa correctamente colocados entre las cuerdas (tal como lo logra el fenomenal músico italiano radicado en Barcelona, Paolo Angeli). Y con otros instrumentos, como la voz y el violín, también es posible distorsionar naturalmente y jugar con los armónicos generados. 




'La Casa', vídeo que era parte de la muestra La ciutat buida (2006), 
presentada en la Fundación Tapies. 

Regresando a Israel
La noche del sábado 7 de julio, en el festival Dies de Dansa 2012, de Barcelona, los organizadores propusieron una noche flamenca, pero desde la perspectiva de la danza contemporánea. Las dos bailarinas que antecedieron al de Sevilla ofrecieron su particular atmósfera flamenca, aunque debido a sus interpretaciones llegué a pensar que los sonidistas del certamen habían hecho un pésimo trabajo de amplificación para sus taconeos (algo imperdonable en la península Ibérica). Las bailarinas no parecían llevar tacones sino pantuflas.

Cuando llegó el turno del dadaísta más flamenco (o al revés), su perturbadora figura entre la penumbra apareció no solo para ofrecer una de aquellas 'performance' que lo han convertido en una obra de arte en sí mismo (sin distinciones conceptuales ni físicas, Israel Galván es su propia obra de arte). Y en el trabajoso camino hacia ese objetivo, la meticulosidad del bailarín ha logrado explorar hasta límites insospechados las capacidades sonoras del taconeo flamenco. No es que él sea el primero en llevar a cabo esta gesta en el mundo del flamenco ni del tap dancing, pero con la minuciosidad que él trabaja el sonido, sí hay un elemento inédito; además de que su reputación artística permite reflexiones más serias sobre este tipo de experimentación.

No soy experto en taconeo, pero sí he vivido muy de cerca la cultura flamenca en mi hogar (con enfervorizados taconeos destruyendo el suelo de madera de mi casa todas las tardes y durante años). Así que algo sé. Dependiendo de la manera en que se golpee una superficie con unas botas de flamenco, se puede jugar no solo con el volumen sino con el sonido de éste.

Al respecto, hay dos partes fundamentales del zapato: la punta y el tacón. Por lo general, la punta es más apta para priorizar frecuencias altas y el tacón las bajas. Pero ello puede cambiar según el tiempo que el zapato permanezca en contacto con el suelo (un sonido puede ser más 'seco' o 'húmedo'; los equivalentes a las perillas de 'sustain', 'attack' y 'decay' en un sintetizador). Y también se puede taconear con ambas partes del zapato a la vez, ampliándose aun más las posibilidades (el equivalente a dos osciladores en un sintetizador).

Israel Galván tiene un gusto exquisito explorando los timbres de sus botas, abarcando con obsesión de loco (o de genio) el mayor espectro posible. Aquel sábado, él demostró que los sonidistas del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona sí habían hecho un buen trabajo, pero que hacía falta además  taconear bien para que se aprecien todas las posibilidades que unas botas pueden ofrecer. Y para potenciar más el efecto, Galván utilizó un artilugio tecnológico en cierta parte del escenario (atrás, a la derecha, desde el punto de vista del espectador).

Me acerqué a preguntarle al sonidista en qué consistía exactamente ese artilugio que se podía percibir claramente, y me explicó: “En una parte del escenario, él mandó poner unas pastillas debajo de las tablas que disparaban los bajos, pero en el resto del escenario, él mismo se las arreglaba”. Es decir, Galván había mandado colocar unos micrófonos (pastillas) que interrumpían la entrada de frecuencias altas y solo permitían entrar a las bajas, las que en la consola de sonido tenían un volumen superior (“disparar los bajos”).

Y, como dijo el sonidista, en el resto del escenario, Galván se las arreglaba para seguir ofreciendo nuevas sonoridades. ¡Hasta generó ruido 'blanco'! ¿Cómo? Arrastrando las suelas, colocando sus zapatos así o asá... A todo esto, no nos hemos referido a la riqueza rítmica de sus taconeos y, vagamente, hemos hecho mención a sus movimientos; ligados necesariamente a una filosofía, a una forma de ser, de ver el mundo (cuando un bailarín no tiene una filosofía sobre su danza, se le nota... y para mal). La experiencia Galván es total, y por lo tanto imposible de limitar. Escribir y reflexionar sobre su arte es garantía de largas discusiones. Aquí, abrimos una de tantas puertas dimensionales.

Francisco Estrada. Barcelona, 9 de julio de 2012.

No hay comentarios: