Gadafi, un pedacito de mi infancia y algo más

Ortega y Gadafi en los 80: algunas cosas nunca cambian.
Rafaella Carrá, Mario Alberto Kempes, Gene Simmons, Adolfo Quiñones, Cindy Loper, Boy George, el rottweiler de La Profecía… Muamar Gadafi. Pensé que yo era el único que lo tenía como patrimonio de mi niñez hasta que un amigo me comentó que también lo recordaba como parte de su infancia. Así que, como ya somos dos los que asociamos a Gadafi con la puerilidad, me animo a escribir este post: ¡Por ti, Damián!

Mi Gadafi en Lima, Bogotá y Barcelona
Una vez de que, a fines de los años 70, tomé consciencia de que el Perú no era la primera potencia mundial sino EE.UU., jamás lo tuve como algo lejano a mi realidad. Veía series o vídeos estadounidenses, una que otra peli gringa en inglés subtitulada al español (la ventaja de no haber tenido un Franco) y la mitad de mis canciones preferidas también eran gringas. ¿Cómo ver a EE.UU. como un sueño imposible sabiendo que me salía perfecto el ‘moonwalk’? ¿Acaso no era eso más importante que ser ciudadano de un país desarrollado, tener visa o dinero para viajar?

Mis padres olvidaron llevarme a ver Star Wars y otras cosas por el estilo. Así que el noticiero y las peleas de boxeo suplieron mi necesidad icónica de 'malos' y de 'buenos'. Para que quede claro: Darth Vader y los niños que tenían sus muñequitos de la Guerra de las Galaxias me parecían un poco aburridos (y yo lo era para ellos, claro). ¿Por qué no pedían guantes de boxeo rojos como los de ‘Mano de Piedra’ Durán? ¿Y EE.UU., tío, no sabes que en cualquier momento puede pelearse con “Rusia” y que todos podemos morir? Mamáaa…  

En 1986, Ronald Reagan bombardeó la casa de Gadafi en Libia. Y Gadafi era la versión real y mucho más perversa que cualquier malo de película. Por eso pensaba que se merecía ser reventado en mil pedazos (EE.UU. siempre era el bueno), pero algo no me cuadraba. Hmmm… no entendía bien, salvo que Reagan tenía un tupé brillante en la cabeza y que Gadafi se vestía raro, lo suficiente como para impactarme (o traumatizarme) por siempre; ahora sé que no inocentemente. También se me ocurrió asociar Libia con el Perú, y me llegué a preguntar si Reagan algún día podría bombardear mi país.

 
Si no podéis soportar el vídeo, 
mirad solo del 1:49 min al 1:53 min.

Y toda esa necesidad de explicarme las cosas en serio se vio ridiculizada cuando The Bangles lo incluyó en su videoclip de Walk like an Egiptian. Ahí, la solemnidad con que lo veía a él y otros personajes se fue al tacho. “¡Qué falta de respeto!”, pensé… pero, a la vez, me reía viendo este vídeo con unos primos que vivían en el distrito de San Miguel, quienes siempre tenían las medias sucias por ahí tiradas (por eso el recuerdo de Muamar Gadafi me viene con olorcito incluido). El asunto es que las 'Bangles' fueron las primeras en enseñarme que era posible mofarse de personajes ‘malignos’, lo que constituyó un gran avance en mi proceso de ir desterrando miedos.

Robinson Gadafi Mora
Cuando tuve que dejar Lima e irme a vivir a Bogotá, el fantasma de Gadafi reapareció. Él no era otra vez protagonista de noticieros (para esa época, mis hormonas ya no me hacían prestar tanta atención a las noticias sino a las presentadoras colombianas, quienes estaban bien... presentables). Sin embargo, el coronel libio volvió a mi cotidianidad por una de las pocas noticias que, en esas épocas, me hicieron levantar la oreja y no otra cosa entre mis piernas.

Era la historia de Robinson Gadafi Mora, un niño que misteriosamente había viajado desde Venezuela y aparecido en Bogotá. Decía que era peruano y buscaba a su familia en el Perú. Pedía ayuda. Los medios se conmovieron y estuvieron un buen rato con la noticia. El chico tenía unos 16 o 17 años, y su aspecto era lumpen total. Y a pesar de que no usaba Reebok o Nike, me parecía digno de atención: yo tenía casi su edad y sabía que, en mi caso, jamás me hubiera pateado cinco países.

Algo así era la pinta del tal Gadafi ese.
Solo un chico de mi colegio bogotano me preguntó por ese personaje, y nos partimos en carcajadas, pero como nadie más en la clase sabía de qué estábamos hablando, ahí murió la conversación. Meses después, leí, no recuerdo si en la prensa peruana o colombiana, que se trataba de un estafador precoz; un mentiroso que solo quería viajar gratis. Pregunta justificada a estas alturas: ¿Qué será de él? ¿Estará candidateando al Congreso de mi país?

Sakapatú
El nombre otra vez me sacudió cuando leí en una ficha informativa que el cantante del grupo peruano Sakapatú se llamaba Gaddafi Núñez. Era la clausura de un festival de cine peruano en un verano de 2008, en el Macba de Barcelona, al cual fui acompañado de una chica por la cual nunca pensé que me iba a volver tan loco (oye, tonta, que no eres tú sino otra, ¿ok?). A ella le expliqué que en el Perú se suelen poner ese tipo de nombres (cuando trabajé en el diario Perú.21, Stalin era un becario), y que solo Venezuela compite seriamente en ese rubro con mi país.

Gaddafi, en el extremo izquierdo. Foto: El Cancell.
Yo estaba contento con que mi acompañante fuera sabiendo poco a poco cosas de mi país, pues si ella me gustaba tanto, pensaba ingenuamente que algún día tendríamos que visitarlo juntos. En fin, que si fuerzo un poco la figura, “Gadafi” estuvo de alguna forma presente hasta en uno de mis sueños más tristes de Barcelona.

Según una de las injustificadas famas que tenemos los peruanos, se dice que todos hablamos bonito. Es decir: pausado, sin gritar y pronunciando cada sílaba. Y lo que más me llamó la atención de Gaddafi, aparte de su nombre, es que hablaba según esos parámetros; es decir, “a la peruana”. A él lo he visto luego en un par de fiestas de amigos y, una vez, en mi bar felicitándome por emprender aquel negocio; prometiéndome que volvería algún día (hasta ahora no ha vuelto).

Otra vez, el de verdad
Y, en estos días, lo que todos sabemos: Muamar Gadafi, el original, ha vuelto. Removiendo recuerdos para algunos y casi ocasionando una pelea en mi bar: hace tres semanas tuvimos que echar con mi socio a un italiano borracho que se puso a dar vivas al dictador.

Yo, como muchos, no quiero volver a ver al coronel como protagonista de noticieros. En cambio, sí tengo anhelos más pequeños: quisiera saber qué fue del tal Robinson y convencer a Gaddafi para que algún día toque en mi bar cuando presente mi carta de comida peruana... Eso sí que molaría.

Francisco Estrada (14 de marzo de 2011)

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