Facebook es a la fotografía lo que la verdad es a la seducción

De cómo la red social mató la sacralidad de las imágenes
Fortunata María Messa, bisabuela cusqueña.
Verla a escondidas, examinar sus rutas para cruzarse con ella de 'casualidad', fijarse en sus amigos. ¿Cómo se llamará? El solo hecho de poder nombrarla ya era un gran avance; no solo porque objetivamente así era más fácil averiguar sobre ella y crear las condiciones para conocerla personalmente... La cuestión era más bien psicológica: nombrándola, la imagen que de ella se formaba en la mente, cuando se cerraban los ojos, se hacía más real. De alguna manera, sabiendo su nombre, ya se la poseía un poco. Aún no era posible capturarla entre los brazos, pero ahora sí completamente en la imaginación.

Según el escritor colombiano Germán Espinosa, si la palabra ni siquiera puede aspirar a ser el concepto al que se refiere (en un plano etéreo), mucho menos puede ser el objeto (en un plano real). Espinosa pone el dedo en la llaga haciéndonos recordar que esa asociación palabra-objeto es la base de muchas creencias religiosas. Tanto en la llamada brujería como en la oración religiosa, se tiene la creencia de que la pronunciación de ciertas palabras tiene un efecto mágico.

Dice Espinosa: “Piensan que con la palabra pueden violentar la divinidad, obligarla a satisfacer sus necesidades o caprichos”. Y es esa misma lógica fallida la que nos convence de que nombrar un objeto equivale a poseerlo, “porque palabra y objeto se identifican materialmente” en nuestra mente. En la literatura, uno de los momentos cumbre que mejor explican esta relación palabra-objeto se encuentra en La muerte en Venecia, de Thomas Mann, con el estremecimiento que causa en el protagonista, Gustav von Aschenbach, enterarse del nombre de su objeto amado, el joven polaco Tadzio. 


"I've been looking so long at these pictures of you,
that I almost believe that they're real"

Esta milenaria relación palabra-objeto quedó un poco eclipsada con la aparición de la fotografía. Desde que ésta fue presentada oficialmente en 1839 y luego industrializada hasta ser asequible a las grandes masas, la relación foto-objeto fue quitándole gran parte del protagonismo a la palabra en el asunto de las representaciones simbólicas. Un espacio por excelencia de esta 'lucha' entre palabras y fotos fueron los diarios, por ejemplo. Volviendo al plano personal, tener la foto (un objeto físico) del objeto amado, era mucho más potente que la palabra. La relación objeto-objeto era más sólida que la anterior. Sin ser una prenda de la persona amada, un retrato fotográfico del objeto amado podía convertirse perfectamente en un fetiche ante su eterna ausencia o repentina pérdida.

Lo que luego pasó con la fotografía durante los siglos XIX y XX es historia. Tal como lo explicó Susan Sontag en el ensayo En la caverna de Platón, “las sociedades industriales transformaron a sus habitantes en yonquis de las imágenes”. Y esto no solo por su exposición ante los medios de comunicación sino por los aspectos íntimos que la fotografía del ser amado llegó a tener: el retrato del novio reclutado por el ejército, de la novia ausente en el campo de guerra, la madre amada o el venerado padre... o alguien que simplemente no correspondía a los deseos, pero cuya visualización revitalizaba (¡cuán mayores hubieran sido las hazañas del hidalgo don Quijote de la Mancha en nombre de Dulcinea si éste pudiera haber tenido una fotografía de ella!) .

Obviando por completo usos directamente religiosos o mágicos con las fotos (como fumarle a un retrato o pincharlo), está claro que en nuestras mentes fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. He ahí la incomodidad infundada (desde un punto de vista racional) del colectivo en general con respecto a lo que pueda hacerse con fotos sin contenido privado o erótico en la intimidad de una mente “perversa”. ¿La depravación acaso se comete contra la persona o contra un papel con trazos y colores? La asociación mágica foto-objeto es tan grande que hasta se comercializa con ella (Playboy, Penthouse, diarios populares) o se legisla su uso moral.


Abuelos Juan Centeno y Carolina Messa.
Contrariamente a lo que pueda creerse, el imperio de la fotografía como fetiche u objeto mágico llegó a su fin con el advenimiento de Facebook. Como su nombre lo indica, el 'libro de caras' tiene en la fotografía gran parte de su encanto (por lógica, también se infiere que esas caras son de individuos 'no famosos', que para eso están otros medios). Sin embargo, así como según Sontag la profusión de imágenes hizo que la emoción, el agravio moral que pudiera sentir la gente por los oprimidos, explotados, hambrientos y masacrados se fuera diluyendo por la excesiva frecuentación de las imágenes, de la misma forma Facebook ha matado la primicia; el encanto de conseguir una foto del ser amado hasta el punto de banalizar lo que antes era una hazaña. Es más, por su soporte, la foto ya no es ahora un objeto que se transporta, posee y guarda; al igual que la música online y la muerte de los CD.

No discuto los usos prácticos o utilitarios de la fotografía en Facebook, como la masturbación o la recabación de información sobre una persona en particular, sino la pérdida de la primigenia relación foto-objeto. Actualmente, ya no se 'posee' a alguien accediendo a un álbum de fotos virtual, pero sí se le 'captura' a través del gran caudal de información
que ofrece Facebook del ser amado: contactos, libros leídos, películas favoritas, música, parientes, oficio, estudios, ideologías.... 

Es decir, que no es solo por una cuestión de excesiva frecuentación de imágenes que la foto ha visto rebajado su anterior estatus mágico sino porque, en la práctica, una foto no informa prácticamente nada, a pesar de aparentar todo lo contrario (¿observando la foto de una chica en la playa es posible saber si es adicta a PJ Harvey o no?). En ese sentido, Sontag afirmaba que fotografiar generaba la falsa sensación de que era posible apropiarse de lo fotografiado, principalmente, porque la imagen fotográfica creaba la ilusión de “conocimiento” (de conocer el objeto, de ofrecer información sobre éste), estableciéndose una relación de posesión con respecto a él. Este detalle del falso conocimiento es inclusive más importante que el hecho de que, al transformarse a las personas en objetos (fotográficos), éstas podían ser poseídas simbólicamente.

El "voyeurismo crónico" implantado en el mundo por el imperio de la fotografía llegó a su fin por autocombustión con Facebook. Al exhibirlo Facebook todo, desapareció la mentira, la falsa ilusión; es decir, la seducción. La mentira de que un retrato ofrece información adicional a la que se puede obtener en vivo y en directo quedó al descubierto. No hablamos de, por ejemplo, fotos íntimas obtenidas por un investigador privado (y de su inseparable narración con palabras) sino de fotos aisladas de contexto y dignas de un álbum familiar. 


Así como cierto tipo de feminismo destruye la seducción de lo femenino al tratar de corporizar una nueva femenidad autónoma con respecto a la masculinidad, haciéndola visible y quitándole todas sus mentiras (corsés, maquillajes y sujetadores push-up), de la misma forma, la ultraexposición y caudal de 'verdadera' información de Facebook terminó aniquilando la sacralidad de la foto-objeto. Siguiendo con los términos de Jean Baudrillard, esa dualidad no era antagónica sino complementaria, como la masculinidad y la feminidad, envueltas en sus juegos de mentiras o seducciones. Una vez que la gran mentira de la fotografía fue destapada, cual revelación de que los Reyes Magos no existen, se extinguió su sacralidad; aquella magia que nos podía hacer cantar cosas como que "tus fotos eran todo lo que podía sentir". Se acabó.

Francisco Estrada. Barcelona, 16 de enero de 2012

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