Ya sea por mi escasa cultura con el videoarte o porque, quién sabe, he tenido suerte con todo lo que he visto hasta ahora, no sabía cómo era un ‘vídeo hortera’. No me refiero a los que pertenecen al género de los videoclips, donde esta característica es la regla, una cuasi esencia, sino a los que tienen como único norte las pretensiones artísticas; es decir, aquellos que aspiran a formar parte de una puesta en escena alternativa, colección museística o todo lo contrario, lo que también los ennoblece.
Y la Epifanía ocurrió: esa estética 'Billabong' (no sé si lo he escrito bien, pero esa era la palabra que me taladraba el inconsciente mientras veía aquella abominable combinación de colores, planos y efectos que se sucedían en la pantalla del teatro SAT!, de Barcelona) auguraba lo peor.
Ingenuamente, creí que los absurdos gestos que, en medio de la penumbra, percibía de la bailarina francesa Roxane Butterfly iban a ser los causantes de mis peores muecas este domingo. Todo ello porque la gestualidad de Butterfly me hacía recordar, inevitablemente, a aquellas incursiones realizadas por los principiantes en el mundo de la danza moderna, en los que la inexperiencia del bailarín o una mala dirección generan rostros ‘compungidos’ o dizque ‘misteriosos’; algo que resulta poco convincente en un género que suele privilegiar la ausencia de gestos y, cuando no es así, aquella técnica ‘stanislavskiana’ de recordar emociones ya vividas para vomitarlas en escena, con el consecuente desgaste psicológico del performer. Digo esto basado en experiencias propias, cercanas y tras ver varios documentales sobre el tema.
¿Y por qué se suele llevar a los bailarines a la Siberia actoral? Porque es un atajo, supongo. Que ya tienen la vida muy complicada tratando de ser bailarines de verdad como para, encima, hacerse actores. No niego que en la danza se utilicen otras técnicas o que existan actores que bailen muy bien y viceversa, pero los bailarines de verdad, quienes se mueven en la primera división, cuando me han puesto la piel de gallina interpretando más allá del movimiento, apostaría lo que sea a que, al momento de recrear una situación de pánico, realmente están muriéndose de miedo en escena. Sí, una situación terrible y cruel como la de los toros; sin poder yo negar que a veces hay belleza en medio de la carnicería.
¿Broadway?
Y la Epifanía ocurrió: esa estética 'Billabong' (no sé si lo he escrito bien, pero esa era la palabra que me taladraba el inconsciente mientras veía aquella abominable combinación de colores, planos y efectos que se sucedían en la pantalla del teatro SAT!, de Barcelona) auguraba lo peor.
Ingenuamente, creí que los absurdos gestos que, en medio de la penumbra, percibía de la bailarina francesa Roxane Butterfly iban a ser los causantes de mis peores muecas este domingo. Todo ello porque la gestualidad de Butterfly me hacía recordar, inevitablemente, a aquellas incursiones realizadas por los principiantes en el mundo de la danza moderna, en los que la inexperiencia del bailarín o una mala dirección generan rostros ‘compungidos’ o dizque ‘misteriosos’; algo que resulta poco convincente en un género que suele privilegiar la ausencia de gestos y, cuando no es así, aquella técnica ‘stanislavskiana’ de recordar emociones ya vividas para vomitarlas en escena, con el consecuente desgaste psicológico del performer. Digo esto basado en experiencias propias, cercanas y tras ver varios documentales sobre el tema.
¿Y por qué se suele llevar a los bailarines a la Siberia actoral? Porque es un atajo, supongo. Que ya tienen la vida muy complicada tratando de ser bailarines de verdad como para, encima, hacerse actores. No niego que en la danza se utilicen otras técnicas o que existan actores que bailen muy bien y viceversa, pero los bailarines de verdad, quienes se mueven en la primera división, cuando me han puesto la piel de gallina interpretando más allá del movimiento, apostaría lo que sea a que, al momento de recrear una situación de pánico, realmente están muriéndose de miedo en escena. Sí, una situación terrible y cruel como la de los toros; sin poder yo negar que a veces hay belleza en medio de la carnicería.
¿Broadway?
Y siguiendo con Butterfly (la “John Coltrane de la danza” según una periodista del New York Times), pues nada de nada. Ella, que cultiva un género cuya tradición es el mero entretenimiento, el ‘Broadway style’ (y a mucha honra para quien se dedique a ello), estaba intentando quebrar esa barrera del mero entretenimiento y hacer algo así como… ¿danza moderna?, ¿arte?, ¿impresionismo? Ella, en realidad, lo único que estaba quebrando eran los ligamentos de mi rostro y de mi acompañante en el teatro.
Al final de la obra, la misma Roxane explicó el por qué de tanta calamidad: “Aquí, todos somos de todas partes y, cuando nos juntamos, no sabemos qué hacemos ni tampoco queremos saberlo (sic)”. Tampoco quiero negar que la entropía no racionalizada y el caos de la improvisación en manos de ejecutantes técnicamente bien dotados puedan generar situaciones maravillosas, pero en este caso, el engendro o “arroz con mango”, como se dice en mi pueblo, explicaban a la perfección un teatro SAT! casi vacío; lo cual nunca había visto en Barcelona, y que no creo sea producto de la famosa crisis.
¿Pero qué puede ser peor que una bailarina de tap tratando de romper las barreras del entretenimiento y terminando atrapada en medio de esas vallas sin lograr “entretener” ni generar “experiencias estéticas” (por usar un concepto entendible y opuesto al del “show business”)? Pues el olor a sobaco. ¡Sí! Sé que puede parecer inapropiado hablar de sobacos, pero debo aclarar que ese olor no provenía del público (inclusive, por si acaso, me olí las axilas disimuladamente para descartar que yo era el tío más rudo del teatro).
Aparte de que Butterfly y el músico camerunés Xumo Nunjo hayan creído que la pericia técnica con sus respectivas disciplinas les daba carta blanca para hacer vídeos que al final salían horteras y que, además, podían hacer danza contemporánea (o qué sé yo), también se les había olvidado el uso del desodorante que, así como evitar tirarse pedos, son reglas mínimas de… ¿una puesta en escena?, ¿de higiene?, ¿de educación? De un momento a otro, el juego en el SAT! era saber de quién era el sobaco.
Algunos le echamos la culpa a Nunjo por prejuicios bien fundados que, como en mi caso, tenemos contra el género masculino… Y, al parecer, no nos equivocamos, pues tanto yo como mi acompañante y la viejita de al lado, comprobamos que, cuando Nunjo no estaba en escena, otra vez podíamos respirar sin taparnos la nariz con el jersey.
Igual, con mi amiga tuvimos que subir por las graderías para dejar abajo las primeras filas y no seguir percibiendo con tanta intensidad ese terrible olor con el que algunos machos marcan territorio (por lo menos, a mí me lo dejan claro y me alejo). Nunjo: que a mí también me huele el alacrán… ¡Pero por eso mismo uso desodorante!
Un poco de aire fresco
En la segunda parte de la obra, Nunjo ya no bailó y se quedó quieto tocando sus instrumentos (que lo hace muy bien), así que sudó y olió menos (para el alivio de los mártires que aún seguíamos en el teatro). Con menos pretensiones rompedoras, y en medio de notables músicos de jazz, Butterfly pudo ofrecer un espectáculo mucho más “orgánico” y agradable.
Sin embargo, cuando se percibía una especie de duelo con los demás músicos, ella terminaba irremediablemente perdiendo, pues parece que Butterfly asume que, al ser sus pies un instrumento percusivo, estos tienen que estar sonando todo el rato porque sino ‘ya no existen’. Craso error, pues los silencios, la intensidad de sus golpes y una que otra arrastradita de sus ‘tap shoes’ por el suelo, podrían haber sido suficientes para agregar mayores matices a la metralleta con que la naturaleza ha dotado a sus pies.
Mención aparte merece el vestiario, perdón, vestuario que usó Butterfly: pañoleta azul, camiseta de ¿jean? con ¿motivos? y unos pantalones “extrabotacampana”, efecto logrado por unos encajes o bordados que, supongo, eran las alas de la “Butterfly”. No suelo hablar del mal gusto de la gente a la hora de vestirse (basta con que se fijen en mí para saber que es algo en lo que no suelo reparar), pero el vestuario de la Butterfly era, simplemente, el ideal para parodiar a una vieja hippie que aún se marihuanea escuchando a grupos pasados de moda.
No sé quién es el bailarín que, en medio de la obra, apareció en escena para hacer una pequeña sesión de tap, pero fue realmente refrescante apreciar a un ejecutante que no tenía sobre sus hombros el peso de “prodigio” o “John Coltrane” sino la simple intención de bailar. Y muy bien. Lamentablemente, él no cerró el espectáculo y una muy estresada Butterfly culminó la función, lo que me dejó con un dolor en el cuello terrible.
No le pedí a mi amiga unos masajes, porque aún no hay mucha confianza con ella, pero sí la invité a cenar para quitarle un poco la ‘sensación sobaco’. Ella estaba muy molesta con Nunjo. Yo ‘apenas’ estaba a-no-na-da-do. Cuando salimos del SAT!, el magnífico bailarín de tap que sirvió como bálsamo desestresante estaba ahora en la puerta del teatro vendiendo en una mesita los DVD o CD del espectáculo. Lo felicité de todo corazón, y salimos con mi amiga a respirar el aire puro de la Rambla de l’Onze de Setembre.
Se puede decir que el balance de la noche fue positivo gracias al buen rollo de mi amiga (oye, gracias por aguantar aquella tortura). Y a que, una vez me quedé solo, comprobé que caminar de noche guiado por los faroles de la Diagonal viendo ocasionalmente vídeos de Joy División en el móvil es de lo mejor que puedes hacer en una noche de invierno y de manoseantes vientos helados.
Francisco Estrada (Barcelona. Lunes, 14 de febrero de 2011)
Al final de la obra, la misma Roxane explicó el por qué de tanta calamidad: “Aquí, todos somos de todas partes y, cuando nos juntamos, no sabemos qué hacemos ni tampoco queremos saberlo (sic)”. Tampoco quiero negar que la entropía no racionalizada y el caos de la improvisación en manos de ejecutantes técnicamente bien dotados puedan generar situaciones maravillosas, pero en este caso, el engendro o “arroz con mango”, como se dice en mi pueblo, explicaban a la perfección un teatro SAT! casi vacío; lo cual nunca había visto en Barcelona, y que no creo sea producto de la famosa crisis.
¿Pero qué puede ser peor que una bailarina de tap tratando de romper las barreras del entretenimiento y terminando atrapada en medio de esas vallas sin lograr “entretener” ni generar “experiencias estéticas” (por usar un concepto entendible y opuesto al del “show business”)? Pues el olor a sobaco. ¡Sí! Sé que puede parecer inapropiado hablar de sobacos, pero debo aclarar que ese olor no provenía del público (inclusive, por si acaso, me olí las axilas disimuladamente para descartar que yo era el tío más rudo del teatro).
Aparte de que Butterfly y el músico camerunés Xumo Nunjo hayan creído que la pericia técnica con sus respectivas disciplinas les daba carta blanca para hacer vídeos que al final salían horteras y que, además, podían hacer danza contemporánea (o qué sé yo), también se les había olvidado el uso del desodorante que, así como evitar tirarse pedos, son reglas mínimas de… ¿una puesta en escena?, ¿de higiene?, ¿de educación? De un momento a otro, el juego en el SAT! era saber de quién era el sobaco.
Algunos le echamos la culpa a Nunjo por prejuicios bien fundados que, como en mi caso, tenemos contra el género masculino… Y, al parecer, no nos equivocamos, pues tanto yo como mi acompañante y la viejita de al lado, comprobamos que, cuando Nunjo no estaba en escena, otra vez podíamos respirar sin taparnos la nariz con el jersey.
Igual, con mi amiga tuvimos que subir por las graderías para dejar abajo las primeras filas y no seguir percibiendo con tanta intensidad ese terrible olor con el que algunos machos marcan territorio (por lo menos, a mí me lo dejan claro y me alejo). Nunjo: que a mí también me huele el alacrán… ¡Pero por eso mismo uso desodorante!
Un poco de aire fresco
En la segunda parte de la obra, Nunjo ya no bailó y se quedó quieto tocando sus instrumentos (que lo hace muy bien), así que sudó y olió menos (para el alivio de los mártires que aún seguíamos en el teatro). Con menos pretensiones rompedoras, y en medio de notables músicos de jazz, Butterfly pudo ofrecer un espectáculo mucho más “orgánico” y agradable.
Sin embargo, cuando se percibía una especie de duelo con los demás músicos, ella terminaba irremediablemente perdiendo, pues parece que Butterfly asume que, al ser sus pies un instrumento percusivo, estos tienen que estar sonando todo el rato porque sino ‘ya no existen’. Craso error, pues los silencios, la intensidad de sus golpes y una que otra arrastradita de sus ‘tap shoes’ por el suelo, podrían haber sido suficientes para agregar mayores matices a la metralleta con que la naturaleza ha dotado a sus pies.
Mención aparte merece el vestiario, perdón, vestuario que usó Butterfly: pañoleta azul, camiseta de ¿jean? con ¿motivos? y unos pantalones “extrabotacampana”, efecto logrado por unos encajes o bordados que, supongo, eran las alas de la “Butterfly”. No suelo hablar del mal gusto de la gente a la hora de vestirse (basta con que se fijen en mí para saber que es algo en lo que no suelo reparar), pero el vestuario de la Butterfly era, simplemente, el ideal para parodiar a una vieja hippie que aún se marihuanea escuchando a grupos pasados de moda.
No sé quién es el bailarín que, en medio de la obra, apareció en escena para hacer una pequeña sesión de tap, pero fue realmente refrescante apreciar a un ejecutante que no tenía sobre sus hombros el peso de “prodigio” o “John Coltrane” sino la simple intención de bailar. Y muy bien. Lamentablemente, él no cerró el espectáculo y una muy estresada Butterfly culminó la función, lo que me dejó con un dolor en el cuello terrible.
No le pedí a mi amiga unos masajes, porque aún no hay mucha confianza con ella, pero sí la invité a cenar para quitarle un poco la ‘sensación sobaco’. Ella estaba muy molesta con Nunjo. Yo ‘apenas’ estaba a-no-na-da-do. Cuando salimos del SAT!, el magnífico bailarín de tap que sirvió como bálsamo desestresante estaba ahora en la puerta del teatro vendiendo en una mesita los DVD o CD del espectáculo. Lo felicité de todo corazón, y salimos con mi amiga a respirar el aire puro de la Rambla de l’Onze de Setembre.
Se puede decir que el balance de la noche fue positivo gracias al buen rollo de mi amiga (oye, gracias por aguantar aquella tortura). Y a que, una vez me quedé solo, comprobé que caminar de noche guiado por los faroles de la Diagonal viendo ocasionalmente vídeos de Joy División en el móvil es de lo mejor que puedes hacer en una noche de invierno y de manoseantes vientos helados.
Francisco Estrada (Barcelona. Lunes, 14 de febrero de 2011)
2 comentarios:
QUE DIVERTO ESTE ARTICULO. Y QUE LARGO ! EVIDENTEMENTE SE NECESITAN UN PAR DE SIGLOS MAS PARA QUE LA VIEJA EUROPA (CATALUNYA SEIENDO CON 20 ANOS DE ATRASO A DENTRO DE EUROPA EN MUCHAS ESFERAS Y ESPECIALMENTE EL NOU CLAQUE) REALICE QUE SU CONCEPTO OCCIDENTAL ASEPTISADO DE LO QUE TIENE QUE SER "CONTEMPORANEO" , CAMBIE. LO QUE ES CONTEMPORANEO EN EL MUNDO DEL TAP NO SE DEFINE EN RELACION DE LO QUE ES CONTEMPORANEO EN EL MUNDO DE LA DANZA CONTEMPORANEA, PERO EN REFERENCIA AL ESTETISMO DEL CLAQUE, ALGO DESCONOCIDO EVIDENTEMENTE DE LA PARTE DEL ESCRITOR...
hola! muchas gracias por tu comentario. solo quiero precisar que, en estos días, es muy difícil acusar a toda una región o país de desconocimiento sobre lo que es moderno o contemporáneo... por aquello de las nuevas tecnologías, medios de transporte y demás. inclusive, sin las herramientas de hoy en día, te sorprenderías con las "vanguardias" del llamado "tercer mundo" en tiempos en los que la internet ni siquiera existía. eso sí, leeré y visualizaré más sobre el claqué, que de pronto algo me he perdido en estos últimos años... no creo, pero puede ser... saludos!
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