Me fui de mani… de manicura

Cuando vuelva a haber marcha, así me prepararé.
No se trataba de una “esfera pública” de controversias, según la terminología del politólogo australiano John Keane, no. Era una fiestecita y punto. Según Keane, los espacios deliberativos son mecanismos que, en teoría, permitirían a los ciudadanos participar efectivamente en una democracia y ser parte de ella; tanto como es posible hacerlo ahora desde los poderes parlamentarios y ejecutivos.

Lo digo porque la 'batucada' de este domingo fue una de las tantas válvulas de escape que el poder ve con beneplácito. Algo así como un partido del Barça, pero infinitamente más cruel, pues mientras en el fútbol el objetivo explícito es transformar problemas y retos no existentes en situaciones trascendentales (y descansar un par de horas de tanta mierda), la manifestación de este 15 de mayo se presentaba como una forma de lucha contra las políticas económicas que hacen cargar todo el peso de la recuperación del sistema financiero europeo a los trabajadores de a pie.

A diferencia de la anterior 'mani' en la que participé en septiembre del año pasado, en esta no hubo actos de “violencia simbólica”, término popularizado por el filósofo y político colombiano Antanas Mockus. Ayer, aplaudimos, alzamos las manos, cantamos y poco faltó para agacharnos y volver a saltar… ¡como en el Carnaval de Sitges!

Si bien estoy en contra de los ejemplos usados por Mockus (echar agua en la cara a quienes participan en una ponencia con él), debo reconocer que gracias a ellos recuerdo el concepto. Tratando de aplicar esto de alguna manera, ¿cómo es que se podría sublimar la violencia para no hacer daño a otras personas? ¿Mojando policías? ¿Echando pintura en los bancos? ¿Saqueándolos?

No es políticamente correcto lo que voy a manifestar, pero si quisiera serlo, escribir no tendría ninguna gracia: si ayer se hubieran destruido y saqueado las sedes bancarias desde plaza Catalunya hasta el parque de la Ciutadella, los dueños de estas entidades no hubieran sufrido el más mínimo rasguño económico… pero el mensaje que les hubiera llegado habría sido lo suficientemente escalofriante como para bajarles la arrogancia y el desprecio con que actualmente tratan a los trabajadores que vivimos en España.

Pero claro, la violencia es mala… Y si no es así, por lo menos hay que pensar en la posibilidad de que después ésta sea echada en cara por el poder para deslegitimar las causas que se defienden. La opinión pública, por más miserable que se esté sintiendo, está educada para tener pavor al cambio. Es más, yo mismo, que veo con claridad la necesidad de un cambio, siento escalofríos al pensar en ello… Así que me imagino lo que deben sentir todos los amantes de la TV.

La violencia está justificada por la mayoría de las personas cuando de lo que se trata es de mantener el orden “natural” de las cosas o cuando se aplica a un criminal. También están las situaciones de “legítima defensa”, muy populares y admiradas. A todo esto, recuerdo la historia corroborada de un ex agente de seguridad alemán que vivía en un piso lujoso de Lima, en el distrito de Barranco. Él era un hombre maduro de más de 50 años. Maniataron y amordazaron a él y su pareja para robarles… La banda de delincuentes no se percató que, mientras robaban, el alemán se estaba soltando con un cuchillo de la cocina, el mismo cuchillo con el que después se avalanzó sobre ellos (tres, si mal no recuerdo) hasta desollarlos. Pregunta: ¿Alguien se escandalizó con el alemán?


No estoy pretendiendo justificar los degollamientos, pues ya he dicho que estoy en contra, inclusive, de echar agua en la cara a la gente. Mi intención es encontrar mecanismos y situaciones instauradas en nuestra cultura que justifiquen socialmente la violencia: como, por ejemplo, cuando se es primeramente agredido. Según el sociólogo noruego Johan Galtung, a quien se atribuye la paternidad del término “violencia estructural” hace más de 50 años, los regímenes agreden a las personas cuando las priva de sus necesidades básicas. En este caso, por la forma como los gobiernos y banqueros intentan salvar su sistema, está clara la vulneración; la violencia ejercida por estos grupos de poder que atentan contra derechos básicos y hasta el patrimonio (capital acumulado, propiedad privada, etc.).

Galtung pone como ejemplos de estructuras sociales que agreden a las personas el heterosexualismo, racismo, sexismo, etnocentrismo, elitismo… Para la actual situación, la estructura o institución social desde la cual se ejerce violencia estructural podríamos llamarle “bancarismo” (hasta que aparezca un científico social con más gusto semántico que el mío, utilizaré este término).

El psiquiatra estadounidense James Gilligan habla de los platos rotos que siempre son pagados por las clases dominadas de una sociedad, como síntomas de violencia estructural. En ese sentido, Galtung menciona que existen la “paz positiva” y la “paz negativa”. Esta última es la ausencia de violencia y nada más. Es decir, Libia antes de las revueltas. En cambio, una paz positiva es cuando los grupos en conflicto (en este caso, defendiendo sus intereses con motivo de la crisis) tienen relaciones de colaboración y de soporte en ambas direcciones. Como se sabe, en la coyuntura actual no vivimos una “paz positiva” en absoluto.

El escritor y economista José Luis Sampedro, con un nada disimulado escepticismo, dijo sobre la manifestación de este 15 de mayo “que toda batalla debía librarse (así se esté seguro de perderla)". Igual me ilusionó que el intelectual español de 97 años, desde su desilusión, recordara Mayo del 68 y animara a los que aún podíamos caminar sin dificultad, a expresar nuestra disconformidad.

Sin embargo, como me di cuenta de que no iba a "pasar nada", me fui de la 'mani' para ir al cumpleaños de una muy buena amiga que vive cerca de Via Laietana (por ello pude desviarme fácilmente a mitad de la marcha). En la reunión, alguien dijo que en Barcelona todo era una fiesta, que Hemingway se había equivocado de ciudad. Pues sí. Cuando salí del piso de mi amiga, me quedé mirando la pantalla gigante de una terraza en Paseo Sant Joan, desde donde se veía al Barça haciendo una ronda en el Camp Nou, celebrando una nueva Liga. Le hicieron un primer plano a Pep Guardiola y me cayó remal por unos minutos… hasta que reflexioné y me di cuenta de que, miles de euros mediante, él y yo somos apenas marionetas. Son otros los titiriteros.

Será tal vez que, para una próxima 'mani', se haga necesario el uso de mecanismos de fuerza, como los que tuvo que usar Gandhi (¿el término “mecanismo de fuerza” es más aceptable que el de “violencia simbólica”?). Recordemos la “Marcha de la Sal”, con la cual Mahatma tuvo que ponerse recio, pues sus huelgas de hambre y marchas pacíficas no estaban consiguiendo nada… ¿Qué nos tocaría hacer a nosotros, que no queremos pegarle a nadie? ¿Retirar, como decía el ex futbolista Eric Cantona, el año pasado, nuestros ahorros de los bancos? ¿Nos cagamos de miedo, no? Pues sí, los banqueros lo saben de sobra… Porque somos muy guays y comprometidos cuando se trata de bailar batucada. Vamos, cuando hay que irse de mani… de manicura.

París no, Barcelona es una fiesta.

Francisco Estrada (Barcelona, 16 de mayo de 2011).

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