Transgénicos: de lo que menos se habla en el Perú

Death Kiss: cuando la ciencia se aleja de la ética.
En el 'Mundo García', donde Juan Pablo II fulmina a Bin Laden y “el Transformer es un drogado”, es lo mismo una caja de Corn Flakes que un costal de semillas transgénicas. Aquella asociación del presidente peruano no solo es muy fácil de refutar por lo evidente (su aspecto) sino porque los efectos sociales y económicos de ambos productos son totalmente distintos. Es por ello que solo el cinismo o la ignorancia podrían explicar que el presidente peruano, Alan García, dijera la semana pasada que “en el Perú hace tiempo consumimos transgénicos sin saberlo”, cuando se le preguntó cuál era su posición al respecto.

Lo cierto es que, con esta declaración, García no hace más que centrar, una vez más, el debate en el contexto urbano, despojando al mundo rural de participar en éste. Los campesinos, quienes son los principales afectados por los transgénicos (que podrían compararse perfectamente con el Sida, aunque en versión remasterizada por las fuertes dosis de premeditación, alevosía y codicia con que se aderazan), hace que sea repugnante toda iniciativa que busca su hegemonía en el planeta.

Antes de explicar el por qué de esta situación, conviene repasar cuáles son los reparos que más se mencionan en España y el Perú sobre este tema, para luego regresar a la ignorada problemática campesina.

España y Perú transgénicos
En España, la principal preocupación es el efecto en la salud de las personas. Si bien la OMS declaró en el año 2002 que “no se han demostrado riesgos para la salud humana en aquellos países en que están comercializados”, el hecho de que la afirmación no sea concluyente (“los transgénicos no ofrecen riesgos para la salud humana”) es suficiente para que, en el imaginario popular, el rechazo principal sea éste. Para los españoles preocupados en el tema, el “no se ha demostrado” es insuficiente y peligroso. No por algo, el principal lema en marchas y manifestaciones es “con nuestros hijos, no” (es decir, “no experimenten con nuestros hijos mientras no haya pruebas concluyentes”).


En el Perú, la principal preocupación es diferente. El chef Gastón Acurio, nuevo gurú del país andino, ha puesto sobre el tapete la ventaja estratégica que tiene el Perú como poseedor de microclimas y la gran biodiversidad que posee. Esta ventaja comparativa, que decididamente ha condicionado la gran riqueza gastronómica del país, preocupa a quien es el abanderado de la revolución culinaria en el otrora imperio incaico. Gastón, al igual que García, centra el debate en el consumo urbano final.

Sin embargo, a diferencia de García, estoy seguro de que Gastón sí sabe que los principales afectados son los campesinos, pero como él comprende que hablar de ellos a los pobladores urbanos del Perú es como hablarles de vicuñas o llamas (que se pueden perfectamente joder), es mejor poner sobre el tapete a la cocina peruana, algo que sí puede afectar los 'nobles' sentimientos de Lima y balnearios.

El verdadero problema con los transgénicos
En la práctica, en España está comprobado (y la misma OMS lo reconoce) que las semillas transgénicas se comportan como verdaderas plagas de langostas que contaminan rápidamente los cultivos ecológicos (los normales). La normativa española al respecto es curiosamente ineficiente, pues propone apenas unos metros de distancia mínima entre estos cultivos, cuando cualquiera sabe que una semilla puede viajar hasta decenas de kilómetros y cruzar mares. A todo esto, cabe precisar que Monsanto tiene una especie de KGB: la muy popular “policía semillera”, que persigue y demanda a los agricultores cuyos cultivos hayan resultado infectados por transgénicos… ¡asumiendo que han robado la semilla!

Pero pasemos al punto más maligno del asunto, que está relacionado con lo anterior. Las semillas transgénicas tienen una patente. Es decir que los campesinos están obligados a pagar por esa semilla cada vez que quieran cultivar. Como se sabe, el campesino, durante miles de años de humanidad agrícola, siempre ha sido, al menos, dueño de sus semillas. Solo en casos de hambrunas o catástrofes éste debe recurrir a ellas para alimentarse y no sembrarlas, con lo cual queda obligado a comprarlas nuevamente. Sin embargo, con los transgénicos, los campesinos que, paradojas de la humanidad, cuentan con los más altos niveles de desnutrición, son expuestos a una vuelta de tuerca más, a una forma más de usufructuación (como si el limón ya no estuviese lo suficientemente seco y exprimido).

Los costos para la producción del campesino no solo se incrementan con la compra de la semilla transgénica sino que, además, cada año hay que volver a preparar la tierra con los químicos que también vende la empresa transgénica. Y si el campesino al final se da cuenta de que los transgénicos no son un buen negocio, pues éste ya ha contaminado su tierra y no podrá volver a cultivar en ella normalmente de aquí a varios ciclos solares, como si de una contaminación radioactiva se tratase.

Marilyn Munster, la contundencia de lo natural...
Tanta codicia por parte de los laboratorios transgénicos solo es comprable al hipotético caso de un laboratorio al que se le ocurriera propagar un virus para después, mediante argucias legales, ser solo ellos quienes posean la cura. Es por ello que la batalla contra los transgénicos no es la de la modernidad vs. el arcaísmo, progreso vs. atraso o ciencia vs. oscurantismo. Y aun así, en el caso de entrar en dichos dilemas, nos acercamos más bien al debate ético magistralmente planteado en la literatura por Mary Shelley en su obra Frankestein o el moderno Prometeo.

Temas como pretender rivalizar con Dios o la moral científica, entre otros, son abordados en esos primeros años del siglo XIX ante las maravillas que se podían augurar con el progresivo decaimiento de los mitos y de las supersticiones frente al método científico y su pretendido racionalismo. Pero quién iba a saber, entonces, que el futuro iba a ser más terrorífico que el planteado en esa novela gótica donde aparece el más famoso monstruo de la historia. Quién iba saber que la criatura del Dr. Frankestein, aparte de ser despiadada, iba a poseer una codicia que bien podría ser adjetivada como satánica, siguiendo los cánones de aquella época. ¡Quién iba a poder profetizar tanto horror!

Francisco Estrada (Barcelona, 23 de mayo de 2011)

2 comentarios:

Mireia dijo...

Hola,

Seguramente ya hayas visto este video, pero le pone imágenes a lo que explicas, aunque sea en otra parte del mundo.


http://www.pbs.org/frontlineworld/rough/2005/07/seeds_of_suicid.html#

Unknown dijo...

hola, mireia! no había visto el vídeo, pero sí había leído sobre la problemática en la india, donde se ha llegado a causar hasta el suicidio de campesinos y campesinas. muchas gracias por el aporte. sigamos compartiendo información!
f.