Sónar 2011: Aphex Twin

¿Qué haces, tío?
Advierto: soy profano en música electrónica, así que esta es la crónica de un novato que, de pronto, se vio en medio del festival más importante de este género en España.

Si me encargaran hacer una crónica de 3500 caracteres (incluyedo espacios) sobre el concierto que ofreció el viernes 17 de junio M.I.A., me sentiría realizado como crítico musical repitiendo 318 veces la frase “vaya mierda” (de 11 caracteres) en todo el texto.

Felizmente, aquella noche había empezado espectacularmente para mí con el danés Anders Trentemoller y sus músicos de sesión. Trentemoller, cuyos gestos y cuerpo lo convertían en el perfecto Almodóvar nórdico, anunciaba con su remera negra del grupo británico Bauhaus de qué iba principalmente su música: la exploración de armonías y melodías oscuras, de aquellas que en nuestra cultura occidental utilizamos cuando de contextualizar historias de vampiros se trata, entre otros horrores glamorosos.

Acorde a ese espíritu, tanto su guitarrista, muy bien dotada técnicamente pero sin hacer alarde por ello, como su vocalista, se ceñían a la tradicional estética gótica pero más en onda siglo XXI y ya no tan 'medioevo revival', como se solía hacer en los ochenta del siglo pasado. Ellas exibían un vampirismo más sugerido, emulando la estética de aquellas mujeres fatales que poblaron la gran pantalla en los albores del cine sonoro tanto en Alemania como EE.UU. Los cortes de pelo eran un poco más libres y ágiles que lo aconsejado desde la ortodoxia, para que el viento pudiera hacer formas cada vez que ellas movieran la cabeza marcando el 'beat'.

La oscuridad sónica, pasada por el filtro de Trentemoller tiene su principal distinción en los aparatos con los que él crea nuevos fondos sonoros sobre los que cabalgaban sus tétricas patituras. Su banda estaba formada por, aparte de las intérpretes antes mencionadas, una efectiva sección rítmica, rememorando un poco a la de Caribou, pero no tan dance sino con un espíritu más gótico... y con la consciencia de que lo que no se toca es tan importante como lo que se toca. ¡Alabado sea el minimalismo!


¡Habla, Almodóvar!
Durante el concierto, cada uno de los músicos buscó la primera fila, como cuando los actores, en el teatro, salen a recibir los aplausos de las graderías para intentar la cercanía lo más al borde del escenario posible (una puesta cada vez más común en los grupos). Y algo más para agradecerles en aquella noche: las cadencias y variaciones rítmicas que, en una buena parte de la música electrónica, son dejadas de lado.

El bajón
Después de agradecerle al cielo por el momento, como no, en primera fila, salí a deambular y el tal holandés DJ Munchi, que ponía perreo (¿quizá sentía que debía hacerlo por su pelo negro rizado?), me causó arcadas. Cerveza si us plau. Dizzie Rascal, un rapeo ramplón aburridísimo; Benji B en algo, pero insuficiente; y Mouseup, con quien decidí sentarme a emborracharme para soportar ese limbo... hasta que vi, a lo lejos, una amiga bailando sola.

La saludé y ella siguió bailando. Yo solo la miraba estático, aburridísimo, hasta que se detuvo y me dijo: “¿Qué mal está esto, no?”. “¿Entonces para qué bailas?”, le respondí mentalmente. Nos fuimos a ver a M.I.A. muy cerca de la primera fila, desde donde esta “hija de vecina” (por no tener nada de extraordinario: ni voz, ni presencia, ni movimiento escénico ni, menos aún, música interesante) estafaba al respetable con su supuesta exoticidad...

Es decir, la típica estafa del “exotismo” enlatado, donde la marca “Made in India” no va más allá de algunas imágenes muy cliché (lo suficientemente típicas como para que puedan ser reconocidas hasta por el más bruto en cultura védica o similares) en sus vídeos promocionales y los que proyecta en conciertos. Musicalmente, su pretendida fusión es tan pobre como la que hace Jéniffer López con la música latina, pero, como el márketing es poderoso, su dizque propuesta pluricultural hace que esta mujer pueda ser consumida en círculos que, supuestamente, demandan creatividad. Profecía: ella no trascenderá y, así como vino, así se irá. Hasta Britney Spears mola más...

La pésima ecualización de M.I.A. me hizo salir de ahí sosteniéndome las costillas para que no se me salieran desparramadas las vísceras, por obra y gracia de unos bajos que reventaban, colocándome otra vez en el limbo para soportar al DJ inglés Scuba, que servía de relleno hasta que apareciera Aphex Twin.


Fuera de acá, poseraza...

Todos a un lado: llegó el maestro
Hay gente que no puede estar al lado de otra, porque siempre eclipsará al resto. Con ellos hay que tener cuidado, pues involuntariamente podrían dejar en ridículo a quienes tienen la mala suerte de estar a su lado. Son los llamados “harina de otro costal”, los “hijos de extraterrestres” -según algunas nuevas religiones- o parientes de Leonardo Da Vinci, como afirmaría un best seller.

Al grano: siempre he visto con una mezcla de curiosidad y de desdén las sesiones de DJ. Las posibilidades de mezclar en vivo, de crear música en tiempo real con estas herramientas sé que existen, pero siempre he sentido que me han metido gato por liebre salvo dos veces: con un DJ argentino que mezcló canciones creando otras nuevas (en una boda) y con Fuck Buttons en el Sónar de 2010. Con los DJ, también siempre me gusta colocarme en primera fila, verlos... para comprobar que casi nunca hacen nada (por lo menos en vivo).

Hasta que apareció Richard David James (Aphex Twin) en el escenario del Sónar 2011. El músico irlandés es una de mis primeras adquisiciones de música electrónica de los años noventa, cuando yo andaba muy distraído con el shoegazzing. Solo sabía que me gustaba y punto... Y ni siquiera puedo acordarme los nombres de los dos discos que en Lima me grabaron pirátamente en el edificio 'Galerías Brasil'. Luego, muchos años después y ya viviendo en Barcelona, me enteré de que el tío era algo así como el redentor de la música electrónica en los noventa, el non plus ultra, el “ya no ya”.

Ver al supuesto monstruo en primera fila era una de mis prioridades (bueno, segunda fila), y desde ahí no solo pude intuir sino escuchar que él improvisaba bajo la deliciosa receta del vértigo. Tanto así, que podría afirmar que ni él mismo sabía exáctamente qué podría pasar segundos después. Esos pequeños pasajes de incertidumbre y de confusión que él no pudo evitar (algo que es muy apreciado por quienes adoramos la improvisación sobre un escenario), dejaron como resultado una inédita obra maestra de casi una hora y media, dividida en tres secciones. Más allá de si utilizó o no bases de sus composiciones (recuerdo muy pocas), quedó claro cuán bello puede ser el caos en manos geniales. Nota aparte: sus vídeos también eran creados en vivo, pues la materia prima eran los rostros de quienes estaban en la primera fila, que se distorsionaban y fragmentaban al ritmo de la propuesta visual más interactiva en la que haya estado en un concierto.

Tengo que mencionar otro aspecto emocionante de Aphex Twin, que tiene sus orígenes en las vanguardias del siglo XX, y que cada vez se logra más con la música contemporánea: eludir las armonías y melodías para dar más peso a los sonidos “puros” (aunque todo sonido tenga una tonalidad, mediante la distorsión es posible crear ese efecto acercándose al “ruido”). Rítmicamente, la fórmula era repetitiva, sin muchas cadencias, pero compensadas por la cantidad de atmósferas, de “mundos” que el genio pudo crear para transportarnos a las realidades paralelas que las frecuencias sonoras son capaces de crear. Él, que hace de la distancia su principal atractivo, prácticamente no miró al público sino hasta el final, cuando alzó sus dos pulgares al público para agacharse a los pocos segundos y desaparecer.

Por supuesto, me invadió la felicidad de la música y la certeza de que aquel músico tocó moviendo perillas y botoncitos (él sí), y salí inmediatamente del lugar rumbo a mi cama... para que nadie me aparte del objetivo de la noche: soñar con sus paisajes aún retumbándome los tímpanos, cuales canciones de cuna para adulto

Francisco Estrada (20 de junio de 2011).

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