Tirado en el suelo tomando Coca-Cola.
Bogotá, 1990
En el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, versión 23 de febrero de 1993, unos grandes cristales separaban la calle con respecto al interior. Ese día, mientras yo subía las escaleras eléctricas para llegar a la segunda planta, y de ahí entrar al avión, se me ocurrió voltear hacia los cristales y me di cuenta de que Mao se estaba agachando para seguir viéndome. La división entre la primera y la segunda planta nos iba a quitar toda posibilidad de volver a vernos hasta dentro de 13 años.
Al ver Mao que yo había volteado, él alzó su brazo para hacerme adiós por última vez. Yo hice lo mismo agachándome un poco (la escalera subía y nuestros cuerpos iban desapareciendo de arriba a abajo). En vez de agacharme aún más, volteé rápidamente y le di la espalda para que él no se diera cuenta: yo había empezado a llorar. Me sequé las lágrimas con la manga del jersey y me fui corriendo a un lugar donde ni mis padres ni hermana pudieran verme, y que mis lágrimas pudieran expresarse en todo su esplendor. En realidad, me escondí no porque quisiera ahorrarle la pena a mi familia; simplemente, lo hice por cuestiones prácticas, pues si lloraba solo, se me pasaría rápido. Acompañado, en cambio, la cosa podía prolongarse y adquirir niveles trágicos: “Hijito, no llores... buaaa”.
Mi primera despedida |
Trece años después, un 22 de febrero de 2006, llegué a Barcelona desde Lima. A los dos meses, viajé a Madrid por Semana Santa, y a pesar de que me aburrí horrores en ese paseo, me enamoré de la ciudad. Hice un álbum de fotos y, no sé cómo, yo tenía el mail de Mao (en 1993, cuando nos separamos, ni él ni yo sabíamos qué era Internet). Al ver él que el álbum de fotos era de Madrid, ciudad donde él vivía, me escribió. Intercambiamos números de móviles y, aprovechando una reunión de trabajo que él tenía en Barcelona, vino a visitarme en mayo de ese año.
El destino había querido que él y yo viviéramos en el mismo país. Al reencontrarnos en el aeropuerto El Prat, de Barcelona, nos abrazamos y reímos como niños. Yo le noté un cambio (solo uno): aquella inseguridad que todos compartimos en la adolescencia, había quedado desterrada por completo en él. Y cuando pudimos estar solos, en cinco minutos me actualizó su vida. No necesitamos más. Condensamos lo más terrible, sublime y trascendental de esos 13 años en solo cinco minutos. Y como dicen muchas personas que viven situaciones parecidas: el tiempo no había pasado, porque era como si nos hubiéramos despedido el día anterior en el aeropuerto El Dorado de Bogotá.
El destino había querido que él y yo viviéramos en el mismo país. Al reencontrarnos en el aeropuerto El Prat, de Barcelona, nos abrazamos y reímos como niños. Yo le noté un cambio (solo uno): aquella inseguridad que todos compartimos en la adolescencia, había quedado desterrada por completo en él. Y cuando pudimos estar solos, en cinco minutos me actualizó su vida. No necesitamos más. Condensamos lo más terrible, sublime y trascendental de esos 13 años en solo cinco minutos. Y como dicen muchas personas que viven situaciones parecidas: el tiempo no había pasado, porque era como si nos hubiéramos despedido el día anterior en el aeropuerto El Dorado de Bogotá.
18 años y cinco meses después...
Recuerdos adolescentes
La primera imagen que tengo de Janet es viendo vídeos musicales del VHS en el cuarto de televisión de su apartamento en Bogotá. Éramos casi vecinos, así que yo iba caminando después del colegio a su casa. También iban otros amigos y amigas de ella, tanto del colegio como de otros lados. Ella me presentó a todos los músicos postpunk del hemisferio norte, que en un principio no me gustaban, pero ante lo cuales terminé rindiéndome ("cuando madurez, te gustarán", decía ella con una sonrisa entre burlona y bondadosa). Tambien, por su 'culpa', es que me dio curiosidad ir a los sitios 'underground' que ella frecuentaba (Barbarie, Vértigo, TVG).
Cuando Janet llegó al colegio, era como si, metafóricamente, todos usáramos pajaritas en el cuello para asistir a clases. Muy ñoños, la verdad. Ella era la única que iba a esos lugares "raros" y, siendo mujer, poniéndose botas militares... algo que escandalizaba tanto a profesores como a algunos alumnos que, sin querer, eran férreos defensores de las costumbres 'bien' de Bogotá. En el medio, en un limbo mediocre, estábamos algunos, que no éramos defensores ni rebeldes ante nada... Aunque, al final, cuando la música era para uno lo más importante, irremediablemente terminaba frecuentando aquellos lugares un poco “raros” en detrimento de las discotecas cool.
Cuando Janet llegó al colegio, era como si, metafóricamente, todos usáramos pajaritas en el cuello para asistir a clases. Muy ñoños, la verdad. Ella era la única que iba a esos lugares "raros" y, siendo mujer, poniéndose botas militares... algo que escandalizaba tanto a profesores como a algunos alumnos que, sin querer, eran férreos defensores de las costumbres 'bien' de Bogotá. En el medio, en un limbo mediocre, estábamos algunos, que no éramos defensores ni rebeldes ante nada... Aunque, al final, cuando la música era para uno lo más importante, irremediablemente terminaba frecuentando aquellos lugares un poco “raros” en detrimento de las discotecas cool.
Mi primer coche... se burlaban del color... ¡Canallas! |
Primeras experiencias automovilísticas
Punto aparte: hace unos segundos, a través del Facebook (si de verdad existe Mark Zuckerberg...o así sea invento de la CIA, me importa un carajo: gracias por el Facebook), Janet acaba de decirme que ya le ha contado a su hija de seis añitos cómo nos desmadrábamos en mi coche escuchando a Soda Stero (que también tenía su cosita postpunk).
Cuando llegué a la capital del Perú en 1993, yo era un bogotano; rolo acérrimo y orgulloso... La verdad, no sabía eso de mí hasta que pisé suelo limeño. ¿Que cómo sobreviví a una ciudad como Lima que durante un par de años no pude considerar mía? Pues la música, mi cassette del Pornography a todo volumen en mi walkman fue lo que me protegió como si fuera un astronauta en esa incomprensible ciudad... Así sobreviví las combis, que me hablaran de reggae o me vendieran helado de vainilla cuando yo había pedido de lúcuma...
Cuando llegué a la capital del Perú en 1993, yo era un bogotano; rolo acérrimo y orgulloso... La verdad, no sabía eso de mí hasta que pisé suelo limeño. ¿Que cómo sobreviví a una ciudad como Lima que durante un par de años no pude considerar mía? Pues la música, mi cassette del Pornography a todo volumen en mi walkman fue lo que me protegió como si fuera un astronauta en esa incomprensible ciudad... Así sobreviví las combis, que me hablaran de reggae o me vendieran helado de vainilla cuando yo había pedido de lúcuma...
Las anécdotas en Bogotá son muchas, pero no se trata de contarlas sino de saber que existen y cómo es que nos unen con muchos otros amigos del colegio a quienes de verdad puedo decir que amo. Sé que, mañana lunes, nos abrazaremos y lloraremos con Janet en el Aeropuerto El Prat de Barcelona. Y sé que, tal vez, ni siquiera sea necesario contarnos cosas. (Ahora escucho a los Cocteau Twins. Me gusta su etapa etérea... pero el primer disco es el que me mata... el más postpunk, ejem). Espero poder caerle bien a Jojo (su hija), pues los niños tienen sus propias reglas y hay que respetarlas. Con Jason, su esposo, seguro de que nos entenderemos a la perfección, pues por algo es su marido. Ganaré un hermano más, seguro de que sí.
En estos días, me he cuidado para esperar bien a Janet. Es que se vienen unos momentos lo suficientemente intensos como para contarlos de aquí a muchos años... Años en los que las despedidas o pérdidas no me afectarán como antes. Y no es que me haya vuelto frío... Teniendo en cuenta mi renovada e intacta amistad con Mao y lo que se viene ahora con Janet, puedo decirle ahora a alguien mucho menor que yo: Luke, soy tu padre... no, mentira... “Lo bueno de las despedidas son los reencuentros”.
Francisco Estrada (Barcelona, 26 de febrero de 2011)
4 comentarios:
http://www.youtube.com/watch?v=UrvgwRHut7s
http://www.youtube.com/watch?v=jTwQbc9kkUc&ob=av3e
Mejor aún... para noches de despedidas en avión, para sueños atrapados entre cristales ahumados, empañados por crudas y mal disimuladas lágrimas, para inesperadas salidas de emergencia del resbaladizo Dorado, esa utopía invertida de la que tantos quieren salir pero sólo algunos lo hacen, cuántos volverán a ese apartado aeropuerto de carriles en obras y dudosa seguridad, das, seguridad, qué significa seguridad? qué significa, para ellos, seguridad? para días de nunca olvidar, nunca olvidar.
Quiero elegir del mapa un lugar sin nombre a donde ir... ser el lugar donde viva lo que quede por vivir... eso es mucho tiempo... por eso de cada viaje me traigo el equipaje perdido... por eso es que he decidido nunca olvidar, nunca olvidar...
http://www.youtube.com/watch?v=Rp3af83E5zI
vendrán más días... (me parece)
Publicar un comentario